Tomar una hoja y escribir como el acto más sublime de lo imponderable, con la maldita necesidad de no caer en la pendiente, en ese abismal vacío que tienen las palabras cuando no dicen. Tomar una hoja para lanzar un discurso que nos creamos los dos, para declararnos vivos, entre este mundo y su mentira, y darnos cuenta que después de todo somos eso que llamamos utopía; que ni vos sos el reflejo que te devuelve la costumbre, ni yo soy la imagen que se inventa la resignación; que somos algo así como el puente de Cortázar, que sostiene la certeza y el ensueño, que cruza un océano de creencias y deseos, en los que sin querer o con total intención, encauzamos nuestra lucha sin ribera.
Y descubrirte... ovillado en tu poesía, como mágico, ante el halo de tu esencia, cuando tu principio más sublime te invita a escribir... eterno en la creación. Allí no cabe los reclamos de cielo oscuro y silencios, ni la prórroga a la verdad, sólo abraza al poema, el que no fue, el que aún duerme a la espera constante entre tus dedos.
Y me descubras... hundida en la negrura, como ausente, ante la impenetrable sombra de mis intentos, cuando etérea y desnuda sorprendo a la llama... fluctuante en el delirio.

La hoja casi llena y no consigo descifrar el misterio que de tus ojos me lleva hacia el principio de mis miedos; el misterio que de tu cuerpo me conduce hacia la cumbre de todas mis firmezas. Dualidad de poderes, que forman entre si esta espera entre tu soledad y mi silencio.

Y hablamos de cajas que guardan recuerdos y de sueños dormidos, de los momentos en que extiendo la mano y el vacío se prolonga, de las ventanas que faltan por abrir para fugarse de todo esto que no somos; hablamos de fotos viejas que no cuentan los muchos caminos que faltan por conocer, de la novela que no se escribe porque una sola ala no sostiene la mariposa, de papeles y de cartas, de dibujos y de flores, de ilusiones y de despedidas, quizá de todas aquellas promesas que un mar no cuenta por respeto.

Y giramos en esta tierra, donde vos sos el inaudito personaje de una historia narrada al revés, y yo soy la melodramática niña de un relato apócrifo. Pero seguimos girando... con el deseo inflexible de tomarnos las manos y huir del cuento...