He aquí una de las lecciones fundamentales: Son, no me cabe duda, los sonidos los que construyen el universo de manera más trascendental. Unas vibraciones sinusoidales que se quedan flotando en la estratósfera como las pelusas de la cama al sacudir la colcha.
No son los colores, como habíamos pensado, el rojo no alcanza a ser distinguido sin estarle mirando. Las noches de luna y los cinco años facilmente engañan el olfato y el presentimiento. Pero el oído de mi abuelo era aguzado, feroz como una madreselva encumbrándose. Era capaz de cruzar la calle sin mirar, solo para probarme lo importante que era su don. Y es que es tan rojo el destello y tan clara la luna, cómo no mirar, cómo no sentir el paso punzante, la palpitación de la calle. Un chirrido tardío de frenos y un canto que llegaba a deshora, a desfase, una onda perdida.
Para qué gritar "Abuelo", ahora. Y es que con cinco años uno no intuye que la muerte no hace ruido.
Tarde se aprenden las lecciones.