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Inicio / Cuenteros Locales / belascoain / Una herencia con vistas al paraíso

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Tercera mano al techo, la sombra amarillenta en forma para nada circular de la cocina vuelve a resurgir sobre la pintura.
Una carcajada sale por mi garganta. Dejo caer la brocha y me siento en el suelo a contemplar la condenada mancha.
Me quito los guantes de plástico y me dirijo a la calle. ¿Abandonar? NO.
Vuelvo a colocarme los guantes. Entro de nuevo en la casa. Con gran ímpetu levanto el bote de pintura y la brocha. Salgo a la calle decidida a pintar el muro que rodea la casa: Aquí no hay manchas que tapar, pienso.
Otras tres manos de pintura para dejar el muro perfecto. Mientras lo pintaba pensaba en como no habrían aprovechado para dibujarme un grafiti ahí, me hubieran ahorrado trabajo y hubiera quedado muy bien. No les habría dicho nada por hacerlo, el muro es ahora de mi propiedad.
Esta vieja casa perteneció a mis abuelos. Ahora es mi herencia. La verdad que grande es, porque mis abuelos eran doce de familia más un enorme corral con granero de dos plantas. Así que terreno tengo para no aburrirme en restablecer la casa.
Desde que murieron mis abuelos han pasado ya trece años, por eso el abandono y descuido de la casa. Mi familia ha decidido dejarme a mí como única nieta viva la casa.
Cierto que tengo muchos tíos. Pero no han visto conveniente dividir una casa en diez partes si luego no iba a ver más descendientes que yo.
Tuve más primos, pero todos murieron jóvenes bien por enfermedad o por accidente. Soy la única superviviente. No sé si me alegro de esa decisión, esta casa tiene mucho trabajo para mí sola.
Llevo unos meses arreglándola. Tengo un par de años para dejarla como nueva. El tiempo que me pagan del paro. He de aprovechar este periodo que me concede la vida.

Ay, la vida, las vueltas que da. Hace tan solo unos meses tenía un trabajo fijo, una pareja estable. Unos meses después me encuentro en el paro sin trabajo, mi pareja decidió marcharse con una compañera de su trabajo… Y yo aquí me encuentro con una vieja casa para arreglar yo sola, en un pueblito perdido donde todo el mundo se conoce. Mejor aún, donde todo el mundo me conoce como la hija de la Antonia,. la pequeña de la Resu, pero yo no conozco a nadie.
Cuando llegué, venía dispuesta a invertir mi tiempo libre en restaurar mi herencia y escapar de la soledad de mi nueva situación sentimental todo el pueblo se asomaba a observarme a través de las rendijas de las persianas.
Poco a poco se empezaron a acercar a saludarme. La gente era agradable conmigo, pero cotilla, me hacían mil preguntas. Así que decidí empezar por dentro de la casa. Tiré todos los muebles, ropas, cortinas…. todo.
Una vez que dejé la casa con tan solo sus cuadradas dependencias. Tuve que barrer todo para despejarlo (perdí la cuenta de arañas que maté).
Y ahora que ya había pintado las diez habitaciones, los dos largos pasillos, los tres baños y la cocina iba a abandonar por una manchita que no se quería ocultar en el techo de la cocina, ni hablar. Pinté techos, paredes, puertas, ventanas, verjas… y una simple manchita no me iba a hacer abandonar.
Había conseguido que los grifos de la cocina y los baños funcionaran. Todo empezaba a parecer algo.
Como la casa era enorme para mí sola, decidí cerrar todas las dependencias excepto una habitación que elegí para mí, la más cercana a la puerta de la calle y a un baño. El mencionado baño cercano a mi nueva habitación, la cocina y un pequeño cuartito de estar. Poco a poco lo iría amueblando.

Ahora me tocaba la parte exterior, lo cual significaba también enfrentarme de nuevo a los curiosos que se acercaban.
Bueno, muro pintado, por hoy ya es suficiente. La fachada tendrán que pintármela unos profesionales.

Y pensar que hace unos meses me encontraba en Berlín, me sentía tan feliz de haber encontrado un lugar como aquel…
Algo que parecía remotamente imposible encontrar en el centro de aquella grandiosa ciudad: Una enorme tienda de libros de varias plantas, donde cada planta recogía diferentes estilos de libros todos meticulosamente ordenados para facilitar la búsqueda. Pero no sólo eso. Todas las plantas estaban enmoquetadas de rojo, con unos amplios y cómodos sofás rojos que te invitaban a sentarte a leer durante horas. Y unas mesitas negras para poder dejar tu té, café, refresco, aperitivo…De fondo una bien escogida música jazz para la ocasión. El edificio todo impresionantes ventanales con puertas automáticas también de cristal para dejar paso a la luz tan necesaria en las lecturas. Un ambiente como nunca había conocido, y que me enamoró como buena enamorada de la literatura y de la música.

De no haber heredado esta casa me habría marchado a vivir allí, a mi paraíso soñado… ¿y por qué no? Me levanté apresuradamente y me dirigí al interior de la casa. Me traería “Berlín”. Estaba decidido. Tiraría algún tabique y haría una gran sala, con moqueta roja, sofás cómodos y muchas estanterías con infinidad de libros. Y una mesita para colocar mi “stuffen” que me traje de Berlín para mantener calentito mi café o té mientras paso horas leyendo. Pondría unos altavoces y un buen equipo de música, una vitrina con infinidad de música, principalmente Jazz y clásicos. Estaba decidido, la manchita de la cocina ya no tenía importancia, tenía un sueño que llevar a cabo. Crearía mi paraíso en este pueblecito. Como lo crearon en Berlín, en el centro del maremagno de coches, gente…

Por fin me fui a la cama feliz después de mucho tiempo. Aquella noche soñaría, seguro.






Texto agregado el 13-10-2006, y leído por 175 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
01-12-2006 Muy bueno; gran verdad muestras a manera de crítica. Cuántas veces nos dejamos vencer por cualquier cosa que no vale la pena y olvidamos nuestros sueños. Excelente y motivante. Y qué lástima que sólo tenga cinco estrellas para dejar. borarje
 
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