Corría temeroso por el oscuro bosque cubierto de niebla, algo lo perseguía, sin embargo no lograba saber qué era. Sólo debía correr como sus cortas piernas se lo permitieran. Sabía que si corría en línea recta alcanzaría pronto el vado.
Gritos, llantos, odio, Sangre.
Cuando llegó por fin al vado, vio algo que no quería ver, pero sabía que sucedería. Se estaban batiendo en singular batalla los romanos contra su pueblo. Los romanos luchaban por dinero y tierras, pero, iban a demás, con el pretexto de ser enviados del Papa a acabar con ese pueblo de herejes, ya que en los alrededores se decía que eran el pueblo elegido de Dios, pero en aquella aldea no existían templos; los sabios del lugar decían que Dios no existía, y que si existía se había olvidado de ellos pensando en formas de castigar al hombre y sus vanidades de adoración.
Los de Él, solo defendían su amada Celtiberia.
En tanto llegó al vado, se acostó en el suelo húmedo a buscar algo que sus ojos debían encontrar, pero en su mente no comprendía. Hasta que lo halló en el momento justo en el que la espada de al parecer el jefe de la legión, un tal Algorack III rebana el cuello de lo que hasta entonces era su padre. Sintió que todo se detuvo. Sintió en Él el frío acero dela espada, ya no tan frío por el calor que poco a poco adquiría por la sangre hervida que se le impregnaba cada vez que entraba o rebanaba un cuerpo, sintió como rajó la piel, sin cumplir bien la empresa, puesto que la cabeza aún seguía pegada al cuerpo por un pequeño trozo de piel al lado izquierdo; de la cabeza colgaban nervios extraños que Él nunca había visto, y de cuerpo sobresalía un hueso roto por el golpe. La sangre caía bañando el cuerpo y regando la tierra.
No diré que tiño el río de rojo, porque el río ya estaba lleno de sangre que dejaban los cadáveres que junto a Él caían: Trozos de cuerpos, piernas, pies, brazos, manos, cabezas, otros partidos por la cintura.
Era tal el valor de y la crueldad con la que peleaban los Romanos que no respetaban nada. Luchaban sin piedad, ya que en el pueblo se decía que habían encontrado la Piedra Filosofal, cuya función era transmutar metales cualquiera en oro. Esta era la verdadera razón por la que el Cesar Augusto los había enviado a este lugar, sólo añoraban la piedra y su cualidad, pero como excusa, no del todo, mandó eliminar este pueblo como deseo de Dios.
Las mujeres y hombres del valle que se enfrentaban a los enviados de Dios no lo hacían por conservar la Piedra, sino por defender a sus hijos y su tierra, esta era la sexta generación que había en el pueblo desde que se creo. Era un pueblo tranquilo, jamás a sus 666 años había ocurrido un robo, violación, abuso, injusticia, mentira, jamás se había derramado una gota de sangre. Eran gente honesta, se regían por un manual que habían escrito los creadores de la aldea.
Así era alguien lo seguía, era un pequeño guerrero Romano que al verlo no dudó en quitarle la cabeza. Y así lo hizo.
Tras su victoria, los Romanos decidieron celebrar. Tomaron los cuerpos de las mujeres, las “ lavaron” ( Si se puede decir lavaron) en el río y comenzaron la orgía con ellas, mientras bebían agua del río cubierta de sangre.
Estaban todos extasiados saciando sus deseos carnales, ya que tardarían en regresar con sus amadas esposas y amados hijos, entre los cadáveres algo se movió, era una mujer que aun conservaba su vida.
Cuando Algorack supo de esto se acercó, la mujer enseguida comprendió el grado de poder que él concentraba, por lo que entre llanto y desesperación, suplico el perdón, alegando que era cristiana y que había entregado su vida entera a Dios. Les pidió que le permitieran vivir en nombre de Jesús. Al escuchar esto el jefe de la legión romana desenvaino su espada y acercándose al oído le dijo:
“¡Imbécil!. ¿ Y dices que hay un Dios?”.
Mientras introducía su espada en la vagina de la mujer, y una vez entrado el metro de hierra, en el momento que la mujer expiraba levanto su mano con fuerza, rajándole el vientre.
Inspirado en:
- El Elixir de la larga vida de Honoré de Balzac.
- Grimpow de Rafael Ávalos.
- Celtiberia (fuente mayor), canción del grupo folk El Espíritu de Lúgubre.
- El jardín de la niebla de Saratoga.
XXX-VII-II.
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