Tercer Sueño.-
El niño tenía entre ocho y nueve años. Estaba vestido de negro y peinado con una partidura al medio. Estaba mirando hacia fuera por una gran ventana estilo colonial. Desde ahí sólo podía ver como la lluvia mojaba las estatuas y las fuentes. Sintió un carraspeo detrás de él. Era uno de los mayordomos.
- Disculpe por la demora. El señor lo está esperando.
Subieron las escaleras y el mayordomo le indicó que entrara por una de las puertas de un corredor. Todo parecía tan oscuro y húmedo, como si la gigantesca casa fuera el interior de alguna bestia mitológica que devoraba muebles finos y objetos de colección. Entró a la biblioteca. Pasillos con estantes llenos de polvorientos libros, muchos de ellos únicos en el mundo. Algunos habían sido hechos en el Oriente, donde pergaminos escritos a mano durante décadas eran sellados con seda sólo para que fueran leídos una sola vez. El niño avanzó con cuidado y trató de fijarse en cada uno de los libros, hasta que legaron al frente de otra puerta. Esperó a que el mayordomo abriera esa puerta, pero él no estaba detrás de el niño. La puerta estaba cerrada con llave, y nadie contestó a los insistentes golpecitos del niño...
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Empezó como un murmullo, como si saliera el ruido desde el interior mismo de la casa. Unos tintineos de campanillas comenzaron a resonar por todo el lugar. El niño se sintió un poco mareado, y trató de devolverse, pero los pasos se volvían lentos y pesados. El niño miraba como las paredes y los estantes se deformaban en monstruosos e imposibles ángulos, y la casa se desmoronaba como si las paredes se volvieran blandas y flexibles. Acompañando a las miles de campanitas sonaba una extraña melodía como de órgano, que parecía venir de la sala donde él había estado. El techo de la casa se abrió como una herida, y la lluvia empezó a mojar el piso, los libros, todo. El niño quiso gritar, pero no podía, sentía que se transformaba lentamente en una estatua como las que posaban eternamente en las afueras de aquella mansión.
Las campanillas y el órgano seguían su triste melodía, y todos los muebles y las paredes de la casa se doblaban bajo un extraño hechizo, parecía una escena sacada de un cuadro de Dalí.
De pronto el tiempo se detuvo. La casa quedó petrificada en su maléfica contorsión. El niño vestido de negro sentía su cuerpo también deformado en grotescas perspectivas. Miraba a su alrededor. Miles de gotas de lluvia suspendidas en el aire, por entre los libros, otras se detuvieron justo al tocar el suelo.
El niño dio media vuelta y encaró la puerta que daba al estudio del “señor”, ese hombre que había viajado por todo el mundo, tal vez él sepa qué hacer en una situación así. La puerta seguía cerrada, doblada, como si se estuviera estrujando. Nadie respondía a los golpes del niño. Estaba desesperado, no sabía qué hacer...¿quién hubiera sabido como reaccionar en su lugar?
Ténganle compasión a este pobre niñito vestido de negro, peinado con una partidura al medio, con la cara lavada y perfumada... el pobre sólo quería hacerle una pregunta al dueño de casa... Tal vez, dadas las circunstancias, haya olvidado el objetivo de su visita. Pero él sabía que podía pasar algo así...más que mal...estaba soñando...y él lo sabía...
Y Todo Comenzó A Cambiar.
Cada gota de lluvia se convirtió lentamente en una hoja de árbol, los libros se apiñaron y volvieron a ser troncos, ramas. Las raíces se incrustaron firmemente en el suelo, que comenzó a desintegrarse y volverse tierra. Los cuadros y muebles tomaron formas de animales o personas semidesnudas, hasta volverse estatuas de mármol. El cielo se despejó y dejó ver un gran Sol anaranjado, las nubes negras al desaparecer, dejaron ver la forma de una gran torre a lo lejos. El reloj indicaba las seis de la tarde...
Continuará.- |