La persecución -pongámoslo así- duró diez cuadras a la derecha. Por un maldito semáforo, estuvo a punto de alcanzarla en la cuadra tres, que en realidad era la 17 de la Aramburú. La gente sólo miraba. Dejaba de caminar por un momento, como si quietos agudizarían su vista, identificarían a la perseguida en una fracción de segundo, esas cosas muy humanas.
Antes que esta persucución ocurriera, consulté con estadísticas olímpicas. Poner fechas y records sería tedioso, así que sólo referiré que en las carreras de 50 o 100 metros, el carril número cinco simpre resultará el que rompa la cinta. Siempre.
¿Por qué? Según un físico -al que también consulté- el corredor del carril número cinco es impulsado favorablemente por las corrientes de aire que desplegan los demás competidores. Como están a su costado, para ponerlo más didáctico, el aire se convierte en alas imaginarias.
Cuando la perseguida corría, no pudo tejer estas alas. Voltear a cada momento para verificar la distancia entre ella y su acosador la perjudicó. El perseguidor, puñal en mano, si pudo contar con este impulso, el sólo miraba al fente, a su objetivo, como un atleta profesional.
Otro punto de la costumbre humana: Peatones, vendedores dificultan la huida de la víctima, se quedan tiesos, son por un momento piezas de ajedrez en la jugada más pensativa. Pero cuando se acerca el captor, recuperan su movimiento, no quieren toparse ni rozarse con el "malo".
La chica busca una salida. Nunca la encontrará en una calle. No puede meterse a las tiendas y pedir ayuda.
La mujer llega a la cuadra diez. Yo acabo de comprar unos cigarrillos y mientras enciendo uno, alzo la mirada y la mujer, cuyo rostro daba la vuelta luego de ver para atrás, se tropieza conmigo.
Me abraza. Me jala la chompa. El tipo se acerca a mí y la jala a su lado y ella que me jala, todos nos jalamos.
La mujer me dice "a-yú-da-me". Golpeo al sujeto, le hundo el cigarro en el rostro. Tomo a la mujer de la mano y corremos los dos. Ahora somos ambos los perseguidos. Quizá diez cuadras más adelante se sume otro hombe o mujer a nuestra carrera. |