Debía llamarla a la una de la tarde para acompañarla al aeropuerto a recoger unas maletas que nunca llegaron con ella. Según las llamadas que hizo, su equipaje fue bajado del avión antes de partir por problemas de sobrepeso. Su ansiedad crecía con cada segundo que el reloj marcaba, resonando como diapasón en el aire contaminado por el humo del cigarrillo que fumaba en la espera interminable. Cada minuto se volvía una eternidad al pensar que aun le faltaban quince para llamarla.
Habían salido la noche anterior, caminaron durante un buen tiempo buscando un local donde poder comerse un par de donas y tomarse un café, conversar en el poco tiempo que les quedaba juntos. Conversaron, rieron, se fumaron unos cuantos cigarrillos y volvieron a la hora prevista, mas se quedaron sentados en la sala de la casa ajena hasta muy entrada la madrugada hablando de todo y sobre nada. Quedaron en llamarse, él como caballero criado a la antigua la llamaría. Se despidió con un abrazo en la puerta y encaminó su rumbo hacia su hogar.
10 minutos más y podría tomar el teléfono para poder escuchar su voz nuevamente, poder escucharla reír, poder sentir su sarcasmo del otro lado del auricular. El cigarrillo se agotaba lentamente y el humo que respiraban sus pulmones no lo calmaban. Su nerviosismo se acrecentó cuando observó las manecillas del reloj cambiar al instante en que el segundero tocaba las doce, ahora eran nueve los minutos restantes para poder comunicarse con ella. El tabaco se consumía sin piedad y pronto llegó a observarse el filtro amarillento que sobresalía por el extremo opuesto a sus labios. Encendió otro cigarrillo, su mente no dejaba de divagar en su memoria de la noche anterior. Hablaron durante mucho tiempo en la mañana, le contó sobre como se perdieron sus maletas, su familia, la preocupación que sintió al saber esa mañana que aun no llegaba su equipaje, el no tener ropa que ponerse. Él le comentó sobre parte de su vida, su madre que lo apuraba al teléfono y quedaron en verse por la tarde. 8 incontables minutos lo alejaban de aquella llamada, mas no aguantó la desesperación y tomó el auricular, marcó desesperadamente el numero telefónico de la casa en la que se encontraba hospedada. El teléfono ajeno timbró incesantemente, pero no hubo respuesta alguna. Volvió a marcar y lo mismo. Espero sentado por espacio de diez minutos y llamó otra vez. Lo mismo, el timbre repicaba pero nadie atendía la llamada. Ocupó su mente en otra cosa hasta pasados otros diez minutos y reanudó su ataque contra el teléfono color negro que tenía en sus manos. Cada vez que marcaba recibía la misma indiferente respuesta. Poco a poco fue dejando de llamar por un lapso cada vez mas alargado. Primero diez, luego quince minutos, media hora y una hora. Estuvo llamándola desde la hora acordada y había pasado 6 horas intentando comunicarse con ella. Intentó una vez mas pero sin el afán sentido al comienzo, casi como una penitencia, casi como una obligación. Pero esta vez sus oídos recibieron un sonido diferente, sus ojos brillaron en la oscuridad del final del crepúsculo que exhalaba los últimos rayos solares de primavera. Una voz se dejó oír tentativamente del otro lado. Preguntó tartamudeando por ella, su emoción agitada no lo dejaban pronunciar muy bien las palabras; mas la respuesta fue completamente fría y desilusionante. “Ella viajó hoy...” Su mundo se derrumbó como un castillo de arena al arremeter de una ola, su mirada quedo vacía y exclamó de dolor pensando en lo perdido.
Trató de no pensar en ella el resto de la noche, ahogando sus penas en alguna película de mala calidad que dieran en la televisión por cable, su cena callada o la música melancólica de su radio. Se encerró en su habitación pasada la una de la madrugada, tomó su diario (un cuaderno improvisado de hojas cuadriculadas) y escribió en él sus pensamientos, sus emociones. Puso en él su alma, su corazón, su vida. Volvió a llorar después de mucho tiempo por alguien y las lágrimas le impedían ver lo que escribía, sabiendo que eran palabras por ella. Estuvo en ese estado por mas de dos horas, acabó con la cajetilla de cigarros que había comprado la noche anterior parado en la ventana, observando al cielo, pensando en ella, conversando con Dios. Pidió por su regreso, por su compañía, mas no obtuvo respuesta, y así desahuciado por una compañía efímera cayó rendido pensando en como ella nunca devolvió su llamada, como ella le causaba tantas emociones encontradas, como ella se hacía tan exageradamente indispensable esa noche, como ella le hizo escribir mas de tres páginas de un cuaderno lleno de emociones y lágrimas que humedecieron las hojas, como ella volvía a su mente con cada segundo que pasaba, con cada respiración que exhalaba y en como ella fue a tomar la decisión de viajar... sin maletas, sin dinero, sin adiós. |