Quise investigar por qué -los veinte de Abril- las abejas no entierran su lanceta. Realicé una encuesta y los resultados fueron tal y como lo esperaba. No contento con eso, a los encuestados les hice un examen médico (alguien podría haber mentido), y tampoco. Según la doctora Hooney Sinkewinski, “se trata de un fenómeno extraño en estos insectos, que puede ser producida por la época del mes que están con mayor trabajo construyendo o renovando su colmena”. Pero yo no estaba para vagas explicaciones, así que decidí averiguarlo por mi cuenta.

Durante varios años –cada 20 de Abril- visitaba bosques distintos, y descubrí todo tipo de abejas. Las que muerden, las que entierran la lanceta, etc. Y fijándome únicamente en éstas, descubrí –fehacientemente- que bajo ninguna circunstancia, enterraban su lanceta un 20 de Abril. En innumerables ocasiones arriesgué mi vida; primero ensayé una colmena de sombrero, y nada. Luego, empapé mi cuerpo en miel, y me mantuve inmóvil hasta que muchas se acercaron. Hice un movimiento brusco, y en vez de picarme, todas arrancaron, menos una. Ha sido la única que me ha picado un veinte de Abril, me sentí orgulloso. Aún así, me seguía pareciendo extraño el comportamiento de la mayoría.

Un dieciocho de Abril, preparando mis cosas para el viaje de todos los años, una abeja entró por mi ventana. Sin molestarla ni dirigirle la palabra, enterró su lanceta en mi brazo derecho. Agonizante ella recostada en mi cama, sólo atiné a traerle paños fríos. Trató de hablar, pero no pudo. Al otro día ya estaba en el bosque. Curioso por lo que había pasado en mi casa, no me podía explicar el motivo que tuvo la abeja para picarme, a sólo dos días del veinte de Abril.

Cuidadosamente me disfracé de abeja. Pude entrar en su colmena ante la atenta mirada de un par de avispas que custodiaban el panal. Sentían mi nerviosismo. Una vez dentro, observé un letrero bien grande que decía: “Bienvenidos a la fiesta del 19 de Abril”. Estaban todos muy bien arreglados, con sus colores fuertes y bien perfumados. Participé de la fiesta, y como era de costumbre por todos –para esa fecha- me enamoré de una pequeña abejilla. Ya todos emparejados, bebidos y felices, se iba cada uno a su rincón a tener el primer encuentro amoroso con su pareja. Luego de una hora, nos reencontramos todos en “el cóctel de la miel”. Confundido y aturdido ante mi amorío, recordé cuál era el motivo de mi visita. Les mostré una foto de la abeja que falleció en mi pieza, a un par de amigos que hice durante la fiesta. Lo reconocieron de inmediato. Les conté cómo murió (tuve que mentir), pero les dije que me había parecido un suicidio. César, uno de los que me escuchaba con atención, confesó ser un gran amigo, y dijo ver a Marcela, la ex pareja del difunto, muerta. De inmediato pensé que se trataba de un gran amor, y que aquella abeja no habría podido celebrar otra fiesta del Diecinueve de Abril que le recobrara la vida. Comenté que me parecía muy trágico el suicidarse por amor. César me corrigió y se acercó en secreto para contarme lo que realmente había pasado: -Armando buscaba venganza. Marcela enterró su lanceta solamente porque se había asustado al ver que comía miel del cuerpo de un gran elefante-