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LOS AÑOS DORADOS

¡Por fin la ansiada jubilación! Solamente tenía que aguardar que el viejo casca pusiera fin a la perorata plagada de metáforas, que si los “aguiluchos de hace treinta años eran hoy las águilas reales que se disponen al reposo, que si la benévola empresa que sabe recompensar a sus más fieles empleados, el esfuerzo que se paga con la satisfacción del deber cumplido”.
Bueno, sólo un poco de paciencia para recibir la condecoración que era pasaporte de entrada a la vida tan anhelada. Mientras el orador luchaba con las palabras y la carraspera, él hacía memoria de todo lo vivido en sus treinta años de servicio. Un matrimonio deshecho por la lógica infidelidad que impone la profesión, dos hijas a las que había dado carrera y los medios para tener un buen matrimonio, una abultada cuenta bancaria a fuerza de auto imponerse durante toda su carrera medio sueldo más la liquidación de la compañía y su posterior recontratación. Buena parte del mundo conocido y vivido intensamente. En fin, las bases para disfrutar los años dorados con apenas cincuenta y tantos años.
El primer día de jubilado lo encontró con una leve resaca, que sin embargó no le impidió correr con gusto al gimnasio donde a partir de ese día, cada tercero ponía los músculos a tono. Dos días más los dedicaba a tomar el sol y nadar, y en la tarde clase de yoga. Cubierta la salud física, también ejecutaba con exactitud sus rutinas de ocio y diversión.
Justamente en el club conoció a Mónica, treintañera divorciada y con un hjjo adolescente que le ocupaba cada vez menos tiempo y apenas la mitad de su generosa pensión. Con ella compartía los viernes en la alberca, donde se deleitaba en la contemplación de su turgente busto y reducida cintura. Comían espléndidamente en el restaurante del deportivo, y luego en casa a pasar la velada entre copa y copa, hasta la media noche cuando con bríos siempre renovados por la ausencia de compromisos, perfeccionaban la práctica del Kamasutra.
También estaba Gabriela, la azafata que tantos años le sirvió como fiel subordinada y confidente, lo mismo en los DC10 que en los Hollyday Inn. Con 44 años, culo duro y redondo y en eterno trance de divorcio, se quejaba de las correrías de sus cuatro hijos que le quitaban el sueño y su modesto sueldo. Pero también era consumada maestra en las artes del sexo oral, y ya de vena, que era casi siempre que a regañadientes recibía del piloto un decoroso cheque como “ayuda para las colegiaturas de los chavales” entusiasta oferente del oscuro orificio donde sólo se atreven a ingresar los herméticamente protegidos. Gaby estaba programada para cualquier día entre semana. Pasaba por ella al aeropuerto después de un vuelo, desde luego en la Ford ecosport, porque el Lincoln delataría una posición económica que no convenía exhibir, y de ahí al hotel. A ese cercano al aeropuerto, donde como trabajadora del aire gozaba de descuento y a él le quedaba cómodo, familiar para tejer a gusto la mentira de los trabajos que pasaba con su achacosa madre, a la que supuestamente brindaba cuidado y sacrificios. La verdad es que la señora había partido hacia ya diez años, los mismos de su apacible divorcio.
Las tardes eran de él y su soledad. Entonces desconectaba el teléfono y se enfrascaba en la lectura hasta bien entrada la noche. Solí leer la mitad de la novela en turno y dos días después, ya asimilada la primera parte se daba el gusto de concluirla muy lentamente. Quedaban los domingos, en que luego de ver el fútbol en la enorme pantalla ad hoc con la fina decoración minimalista de la sala, y con cuatro whiskies entre pecho y espalda, se metía a la cocina con sus hijas a preparar las fuentes de platillos “mar y tierra” que engullían con gusto y no sin gula los nietos y yernos.
Fue justamente un domingo, cuando el derby terminó en aburrido empate a cero que sobrevino la desgracia.
A nadie sorprendió la amenaza de lluvia, ni siquiera a la hija menor quien se apuró en saquear de la biblioteca solamente las obras completas de Kafka y la última película de Almodovar.
El ex piloto, consciente de la lejanía del fraccionamiento, la carretera que había que cruzar para llegar al bulevar y las condiciones climáticas, apuró a su parentela a marcharse. Quitó de las manos de su hija menor el cepillo de lavar la loza y despacho a todos a buen tiempo. Poco después, quizás una hora se desató la tormenta. Sonó el teléfono una vez, era Maite, habían llegado bien a casa. Y otra vez, José el enfermizo yerno, anunciando a que ellos también estaban OK, quizás un poco de dolor de estómago a causa de los mariscos y el vino, pero bien.
Se sirvió un coñac para mejor lidiar con los cacharros de la comida. La calma reinante contrastaba con el jolgorio de hacia unas cuantas horas. Inició la faena, un trago, el cepillo y el jabón. Los platos primero, luego los cubiertos y al último, con cuidado, las copas de Bavaria En estas estaba cuando sintió a sus espaldas una presencia. Un escalofrío recorrió toda su columna vertebral y finalizó en la nuca como una especie de espasmo. Él, que nunca había creído en presencias del más allá, que reía de las leyendas de sus compañeros cuando en los vuelos a Nueva York aparecía el manto de San Telmo. Él, hombre de agallas, de aterrizajes forzados, un par de secuestros y amenazas de bomba, era un rapaz presa del miedo, de congoja tan encarnizada y palpable como nunca antes la había sentido
Se dio valor y volteó hacia la puerta. La visión de una anciana vestida de negro, sin pies, flotando en el aire, lo dejó frío.
La casa se vendió junto con los autos. Luego hubo que echar mano de la cuenta bancaria. El manicomio era caro y no se tenía la esperanza de una mejoría a mediano plazo. El hombre pasaba las horas muertas frente al televisor, siempre drogado sin reconocer a nadie. Un girasol que de vez en vez giraba la cabeza y la devolvía al frente con el terror dibujado en sus apagados ojos, aquellos luceros verdes que a decir de Gabriela, años atrás iluminaban los cielos del mundo.

Texto agregado el 10-10-2006, y leído por 459 visitantes. (15 votos)


Lectores Opinan
12-01-2012 Wuena...Narrador omniciente.Por lo menos tomate la molestia de dar espacios.(Me caes bien) pantera1
24-06-2010 TE FELICITO, ESO DE DARSE CUENTA QUE ERES GAY SIENDO YA VIEJO, ESO SI ES TENER VALOR FELICIDADES. 3antesde10
11-06-2010 mmmmmm.....y donde esta la reflexión el analisis??? solo nos estas contando lo que leiste..... matildeluz
18-03-2010 el bobo eres tu... tu escritura, nisiquiera envuelve, aburrida, el tiempo pasa... si tienes razón... pero el bobo sin duda eres tù..no tienes idea que hay detrás... bobo, viejo y bobo pablina
28-05-2009 Ves lo que se cosecha, cuando se siembra antipatia, nos estamos leyendo... pampita
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