Había despertado y todo era alegría, dicha, contento. Salté de mi cama y corrí hacia la ventana. Afuera estaban todos los seres que amaba. Les grité con todo mi corazón y ellos se volvieron hacia mí y dijeron que bajase a jugar con todos ellos. Estoy desnudo, grité. Rieron y continuaron jugando mientras yo continuaba mirándoles a través de la ventana de mi cuarto. No pude resistir más tiempo y quise bajar para reunirme con ellos. Busqué mis ropas pero no las encontré. No había nada con que cubrir mi desnudez. Volví a la ventana y noté que toda la gente que más amaba se alejaba de la casa más y más. No se alejen, no me dejen, les grité, pero parecía que ya no podían escucharme. Fue terrible verlos así y, arrastrado por un impulso, salté por la ventana de mi cuarto y caí sobre la tierra que pisaba toda la gente que más amaba. Apenas di unos pasos por aquel hermoso valle, desperté... Todo había sido un sueño, un hermoso sueño. Me levanté de mi cama y me vestí, y cuando salí a la calle, vi a mucha gente vestida así como yo, pero todos estaban cubiertos por la misma cara, tristes, sombríos, como yo... Me di media vuelta y vi la ventana de mi cuarto. Iba a regresar pero sentí que debía continuar caminando, como toda la gente…
San isidro, octubre de 2006
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