El café cuando tiene mucha azucar se pone melozo, como también se pone así Laura, o bueno, lo que queda de ella. No me gusta ir a la tienda de doña Adelfa porque el grano que venden es malo, muy malo, pero la verdad es que a mi novia (la señorita antes mencionada) sólo le gusta que le hagamos la compra a la viejita que dizque por la solidaridad, que a esa viejita ya no le compra nadie, que los hijos son unos hijueputas ¡pura mierda!, estoy seguro de que muchos de los que compramos en esta tienda no sabemos realmente qué hace con la plata la venerada anciana. Y pues no nos importa, la verdad todo esto que acabo de decir fue para no cansarme tal vez del silencio, ¿o de ti?
Lo de menos es eso. Que te importe que yo te hable acerca de muchas cosas es una situación perversa, poco libertina. Prefiero decirte que en algún paso de los que das para avanzar la distancia que nos separa de un buen beso, recorres la falta que me haces siempre en soledad y ahí cometes el error al preguntar ¡me extrañaste?. Sí, te extraño, pero ya recorriste el metro y medio que nos separaban y por el cual yo aún te pensaba. Por lógica, eso quiere decir que ya no te extraño. Pero como esta expresión no tiene esa clase de lógica, quiero decirte entonces, que cada vez que avanzas esa distancia lo único que logras es que yo me obligue a hecharme para atrás, y así, siempre estar pensando en que me haces falta.
Las cosas a veces son torcidas y se ven complejas, pero tienen soluciones fáciles.
Como por ejemplo la gran Cosa de toda la época que me toco vivir a mí. Estos finales de noventa y comienzos de un nuevo siglo, de un nuevo milenio, plagados de lucesitas rojas pequeñas, de shows que buscan encontrar héroes de cuarto de hora, de calles que están saturadas de rectangulitos y ruidos y letreros y esos caminantes que en ocasiones parecen no quererse ni un poquito. Lo mismo que la red, esa que pesca nuestros ojos desde la laguna de la pantalla para liberarnos de manera electrónica, sin la inseguridad que la libertad realmente podría dar, simplemente te metes en una máquina, te vistes de ella y utilizas tus dedos para dar ordenes al robot invisible; y vas a dar a muchos lados al mismo tiempo que riegas la cola sobre el teclado o te jalas la pija sin mirar atrás.
Esta época que a mí me toco tiene tres juegos paranóicos y fuertes en sus movimientos:Primero, el círculo o punto, la mancha o la raya, cualquier cosa que sea figura básica se pone en práctica. Segundo, los gatos; todas las niñas quieren gatos y los psicólogos quieren gatos y las putas ricas quieren gatos...quien no quiere gatos es porque algo extraño tiene en la cabeza.Tercero, la coca; en las fiestas, en las comidas, en los matrimonios, en los asados, en las tertulias, en las reuniones de trabajo, mejor dicho en todos lados hay alguien que suspira y siente un acido pesado en su garganta, un sabor que de inmediato lo pone a buscar tabaco, una cerveza o sexo desenfrenado.
Creo, sin llegar a dudarlo por más de tres milésimas de segundo y un pedazo de tiempo perdido, que los signos de mi generación son los periqueros que quieren que el Pop vuelva, los mismos que caminan con camisetas de puntos y niñas que visten de otros colores (pero con puntos) y que jalan a un gato gris con un nombre frito como parcero Lorenzo, Pink Tomate o mIAU.
Ojalá las cosas cambien o no cambien, no me interesa, al fin y al cabo en cada parte que haya un mundo posible habra gente que lo trate de contar en tres palabras.
Creo que yo, contando mi mundo, me pase a cuatro, y tal vez a cinco y a seis. Está perfecto, seis es otro signo de toda esta generación extasiada de electrobits y pintad de colores vivos y negros con violeta de lluvias ácidas y ocicos de gato fiero. |