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Difícil explicarlo. Desperté y abrí los ojos: estaba oscuro. Tenía un duro plano rectangular que me sujetaba firme contra mí mismo. Parte mía y ajena: mi exterior, mi caparazón, mi corteza. Ni un haz de luz se escapaba por donde, a tientas, creía, tocar mis esquinas.
“Es un féretro, estoy muerto”, pensé. Maquinalmente quise mover mis miembros, estaban rígidos, no eran míos. Quise avivar el aliento, oler, oír, llorar siquiera. No podía, no me sentía. Supe entonces de la increíble impotencia de respirar la vida en una mortaja. ¿Era esta la muerte?. La amargura de lo etéreo después de haber gozado del tacto es un cancerbero recuerdo que artero y sádico acude siempre en los momentos de ausencia. Busqué y rebusqué un resquicio grato en la memoria, y, por fin, un último recuerdo de mi familia junta, atisbándome escondida detrás de la ventana, acudió como un soplo. Es el momento en que finjo no verlos y caigo sobre las teclas de mi máquina. Después nada. Ni un último adiós ni una postrera despedida siquiera, sólo la oscuridad y el silencio. Fue el instante en que me supe encajonado. ¿Vivo?, ¿muerto?. Encajonado.
Pasaron incontables horas de soledad en un vacío absoluto. Casi resignado a soportar mi enclaustro poco a poco me iba desvaneciendo en mí mismo, y ya cuando la certeza de saberme muerto dominaba mi conciencia por completo, vi de pronto cómo la tapa de mi ataúd se iba abriendo lentamente. ¡Habían vuelto por mí!, ¡sabían que estaba vivo!. El brillo de una desgarradora luz iluminó mi estancia. Desacostumbrado a su resplandor, cerré los ojos, enceguecido. Quise gritar, alborozado por mi rescate, pero ante la luz mi voz solo fue el silencio. Noté que nada en mí cambiaba; seguí inerte, rígido. Sin voluntad sobre mi cuerpo, y, además, empequeñecido en mi pensamiento. Sí, debía ser eso: yo empequeñecido o mi observador agigantado, porque sucedió que me encontré frente a una cara de profundos ojillos de rata que, embelesados, me miraban, me rebuscaban, me devoraban. En cada repaso de sus pupilas sus gestos cambiaban, a ratos eran hoscos, agresivos, luego complacientes y aprobativos.
Al cabo de mil horas y centenares de gritos míos nunca oídos, sus manos sudorosas cerraron otra vez la tapa de mi increíble prisión. Quedé más vacío que la nada. Una sensación de mortal inutilidad sin llanto me hizo recordar mis momentos de ser vivo. No pensé más, no quise averiguar más. ¿Era esta la muerte?, ¿la otra vida?. No quise averiguar más y me perdí en la muda oscuridad de mi ataúd, hasta que nuevamente la luz se entrometió repitiendo otra vez la anterior escena. Otro negros ojos me observaron; después una fila de increíbles variedades: azules, verdes, achinados, perdidos, estrábicos, unos tan distintos de otros como sus propias y siempre nuevas y desconocidas expresiones. Pensé un largo velorio de mi cadáver con mil desconocidos destapando uno a uno mi rostro. Pensé estar muerto en un improbable futuro, convertido en una especie de sarcófago faraónico de museo histórico visitado por inefables curiosos; pensé en mi castigo, pensé en el infierno, qué no pensé al ver ese acto tantas veces repetido: una luz brillante, unos ojos hambrientos, saberme tan esperpénticamente desnudo frente a ellos, y otra vez -siempre- el terrible silencio de mi oscuridad. Creí volver a morir en medio de mi sentida muerte; creí el avernal castigo de mis oprobiosos días. Mis venas negras latían angustia sin movimiento, y si hubieran reventado convertidas en nada dentro de mis miserias sino fuera que un día, casual, unas manos me hicieron caer y abierto, desde el suelo, alcancé a levantar los ojos. Vi a mi alrededor, y fui feliz. Arriba distinguí unos bordes, unos lomos, unos empastes: mil féretros como el mío, unos muy junto a otros. Abajo, descubrí otros mil ataúdes abiertos, con mil ojos, mil cerebros. Un millón de sabidurías. Fui feliz, estaba vivo. Más vivo que nunca. Era un libro.
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Texto agregado el 10-10-2006, y leído por 129 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
10-10-2006 Es simplemente buenisimo!... Te dejo un universo de estrellas azules para tu mundo de letras. Debbie
10-10-2006 dramaticos momentos vividos, me gusto un cierre muy bueno ******* lagunita
 
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