Mi trazo te recorre desde tu brazo hasta tus gafas, donde tus pesares calzan un zapato prieto, una mirada pesada que se desliza por el papel de ese bonita novela, o quizá ensayo, o quien sabe, igual es solo un libro de técnicas cuantitativas. Uno, dos, tres, levantas la mirada y me descubres allí como una estúpida trazando tu brazo, tus gafas y tu bufanda rayada. Me sonrojo por dentro, pero mis orejas lo delatan, y que decir de mi sonrisa de circunstancia, y tu respondes cual niño, mímesis. Y entonces quisiera levantarme de la silla y acercarte el papel donde no figura tu mirada pesada pero si tu bufanda rayada, que no puedo dejar de mirarla. Quizá sea excéntrico llevar una bufanda en un recinto cerrado o quizá sea el frío que a mí también me cala todos los días. Por eso, no se si decirles que pongan la calefacción, porque si de repente la pusieran te quitarías la bufanda y ya no te miraría, porque quizá sea tan solo puro fetichismo y lo único que me guste sea tu bufanda.
¿Y si lo llevaras justo para eso?, para que te miraran, para que fijando la mirada en las rayas se quedaran encandilados como yo. Pero se que al hablarte y al descubrir tu voz el encanto se marchitaría, de ahí que corriendo te robaría la bufanda ¿a cambio de que? De mi dibujo, un par de garabatos a cambio de otras tantas rayas.
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