(En el 65º aniversario de la muerte de la poetisa)
Una joven amiga mexicana, poetisa y recientemente madre, y una novela de Paul Auster hicieron que conociera la poesía de la rusa Marina Tsvietaieva, quien se quitó la vida ahorcándose, hace sesenta y cinco años, el 30 de agosto de 1941.
Unas palabras tiernas enviadas desde Ciudad de México, escritas por mi amiga, transcribían unas líneas de la carta de una mujer a un hombre que en un pasaje decía: "Quiero dormir junto a ti, adormecerme y dormir. Simplemente dormir. Y nada más. No, algo más: hundir la cabeza en tu hombro izquierdo y abandonar mi mano sobre tu hombro izquierdo, y nada más. No, algo más: aun en el sueño profundo, saber que eres tú. Y más aún: oír el sonido de tu corazón. Y besarlo". Este fragmento, a cuya autora mi amiga no consignaba, me había parecido de una belleza sublime y atormentada. Por esas inexplicables e insalvables casualidades, en ese entonces me encontraba leyendo La invención de la soledad, de Paul Auster, novela en la que leí una anécdota que involucraba a una poetisa rusa para mi desconocida: Marina Tsvietaieva. La misma, ante un inminente parto, había recibido la apresurada visita de un médico. La imagen de la mujer pariendo mientras fumaba un cigarrillo tras otro y conminaba violentamente al médico a hacer su trabajo me pareció fortísima.
Unos días después de leer el pasaje de la novela de Auster, le comenté a la poetisa mexicana lo leído, preguntándole si no conocía nada de Marina Tsvietaieva. Fue grande mi sorpresa cuando me confesó que aquel fragmento epistolar que había transcripto hacía unos días pertenecía a la Tsvietaieva y formaba parte de una larga carta al poeta Rainer María Rilke, de quien se hallaba profundamente enamorada, a pesar de no haberlo conocido nunca en persona.
Marina Tsvietaieva es una de las voces más apesadumbradas y terribles de la poesía rusa del siglo XX. Vivió en una indecible miseria (lo que hizo que su hija Irina muriera de inanición), estuvo casada con un oficial del Ejército Rojo, hecho que no le impidió tener en vilo a las almas del novelista Boris Pasternak (quien la llamaba "una fuerza universal") y del citado Rilke. "La fidelidad como constancia me es incomprensible, extraña", decía.
Habría que acercarse a la poesía de una mujer que sobre la tierra había sido víctima de la sinrazón de la historia, y a quien, apenas arribada al cielo tras su muerte, la imagino blandir como una espada dos versos de un poema suyo, rebeldes y orgullosos como había sido ella misma en la tierra, a pesar de todo: "¡Dios no juzgues! - ¡Tú, no has sido/ una mujer en la tierra!".
|