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El fluido empezaba poco a poco a recorrer su cuerpo. En un principio fue un ardor que viajaba por su sangre, y muy pronto le invadió la cabeza, recorriendo como impulsos quemantes de electricidad. Casi podía sentir cada rama de su cerebro abrasada por ese calor y esa descarga.
Se puso en pie de un salto y trató de correr a la cocina a buscar hielo para mitigar el dolor que experimentaba, mas se detuvo a los dos pasos pues el efecto ya le había aletargado. Un ligero mareo y sus vacilantes pasos le recordaron lo que llevaba dentro, así que volvió a sentarse para esperar que el malestar se alejara.
Miró el muro de enfrente. ¿Qué había ahí? Ah, si… una gastada litografía de esa famosa pintura… pero no recordaba su nombre… ya estaba olvidando incluso donde se encontraba.

Cerró sus ojos y entonces lo vio todo: un niño jugaba feliz con pequeños “luchadores” de plástico. Sus brillantes capas lanzaban rayos multicolores en medio de la oscura calle. Luego estaba una mujer, contemplándolo con esa sonrisa que llega al corazón y llena de gozo.
En un parpadear desapareció la escena, y una oscuridad profunda sustituyó la visión del infante y la mujer, ahora parecía hallarse en un largo túnel. Empezó a caminar sujetándose de las paredes, medio embriagado y tambaleante, y se dirigió hacia la luz del final.

Una inmensa luz le cegó al salir del túnel, pero después pudo contemplar con asombro un campo verde y extenso. Caminó un poco y se dejó caer de bruces sobre la hierba.

Entonces la vio… ¡Era tan hermosa! Su cabello dorado, sus ojos azules. Ahora se hincaba a su lado y le tomaba la cabeza con ambas manos para colocarla en su regazo. Acariciaba su cabello y le miraba con tanta ternura. En ese momento sintió tanta paz, como nunca antes en su vida. De nuevo cerró los ojos, pero al volver a abrirlos no pudo reprimir un grito de verdadero terror. Ella seguía ahí, pero ya no era la misma: su piel se tornó gris y ajada, sus manos descarnadas estaban rígidas y no había ojos en las órbitas, sólo dos profundos y negros huecos. Ese cabello, tan espeso antes, se había transformado en mechones pajizos.
En un segundo lo comprendió todo: Sí. Era ella en la muerte. ¿Cuándo murió? La semana pasada. Fue al entierro y se quedó aletargado, sin hacer nada por evitar que la enterraran, pero deseándolo con todas sus fuerzas.

Y comprendió todo de nuevo. Ya había pasado el efecto. Reaccionó en medio de la oscuridad de su habitación, se inclinó hacia el piso y tanteó con las manos buscando un objeto… ¿Dónde había quedado la jeringa?

Con manos temblorosas la tomó y con movimientos desesperados la llenó de un frasquito salido de no se sabe donde… Sin mayor transición empujó la aguja en medio de su brazo izquierdo y con un solo movimiento todo el líquido entró en su cuerpo. Esta vez no pudo siquiera pensar, cayó pesadamente al piso boca abajo y dos lágrimas traicioneras brotaron de sus inermes ojos. ¿Qué más da? Todo sea por este trocito de felicidad. Todo sea por un pedacito de dicha. Todo sea por volver a verla.

Texto agregado el 09-10-2006, y leído por 130 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
31-12-2006 Un viaje para ver al ser amado que ya se fue, un viaje a un paraiso que a la postre se convierte en infierno, un olvido que despues se convierte enun recuerdo cada vez mas nitido y mas doloroso, muy bien expresadsala idea general y muy bien desarrollado el texto, saludos. Cannelo
16-11-2006 Muy bueno, 5 latidos
09-10-2006 UN SALUDO Y ANIMO PARA LA PRÓXIMA marxtuein
09-10-2006 Impactante tu relato. Y quien sabe, a veces ese trocito de felicidad se encuentra en el fondo de una fosa. Te invito a descubrilo en mi cripta. 5* Perla_Negra
 
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