Antes de tener estos contornos, había una piel suave conociendo el mundo. Necesitaba más de todo para aprender de roces y rosas de aroma penetrante. La vida, Oh!, mi vida, si tan sólo completaras esta edad que se me alojó en el cuerpo, si tan sólo cobijaras la mente de esta niña que no sabe distinguir entre el hoy y el mañana. Parece no cambiar nada, las calles siguen llenándose de pequeños en las tardes y de adolescentes nocturnos al inicio exacto del otro día… tras las doce, todos sueñan en ser un pequeño Dios, y sigo queriendo ser reina con constancia de panal, pero mírame, yo no sé dónde esparcir toda la miel. A veces, me duermo y tengo extractos de sueños, episodios confusos, hiperbólicos, asechantes. Me asusto, sudo, y veo que es la misma noche y en mi pieza está la misma complicidad que nadie más encuentra. No quiero tan siquiera comprender estas cosas de la edad, estas cosas del tiempo. No quiero verme entonces de cuarenta, y mentalidad festiva. Ahora que sé de retrocesos, de una inexistencia del presente si no hay pasado meditado, me cobijo con el corazón latente, inmune a mi abandono en el banco de los olvidos. Lo encuentro, lo pulo, si llega una oportunidad entrará por un lado, y tocaré el otro con mi mano aún suave, (sí, dime que es suave), ahora que sé de tanto, no me sirve de nada. Allá afuera, en ese real afuera que no se pisa si no hasta comenzar a vivir, hasta quitarse la última prenda y tirarla al baúl de los mickey y las barbies (que ya necesitan un teñido urgente para sus canas), habrá más peldaños altos que querré escalar. Cuidado, ten cuidado, vida mía dime que me detenga cuando vaya subiendo al suelo, al revés, pero no me hagas ir a favor de la corriente si eso significa sacrificar mis deseos. Haré de la distancia una pausa, porque yo veía (qué extraño hablar en pretérito de la infancia) que los adultos tomaban el día con las manos y la noche con el cuerpo, y nada de eso lo supe hasta que mi número tomó su turno, hasta que mis noches tenían las longitudes distintas. No sé, vida, no me preguntes si es válido haberme atado las piernas a un solo amo, a un único dueño. Pero en cuanto ocupe la retórica tartamuda, y confiese el pecado de amar como estúpida -como niña y muñeca nueva-
Cerraré las puertas abiertas de una edad que se ha ido a descansar. En el mismo lecho primaveral donde nació.
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