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Vivía con esa sensación eterna de que existía la posibilidad de que me lo encuentre en la calle, y si así hubiera sido, hubiera besado las manos del destino. Pero nunca lo vi, y me sentía tan patética al avanzar cada paso buscando su rostro entre las rejas de una cerca.
Peor aún era cuando íbamos a la reunión general cada mes, pues ese día no ayudaba a nada más que ha hacer el resto de los 27,28,29 o 30 días sean llenados por mi ansiedad y que mis ojos repasaran hasta el rincón más recóndito. ¡Ni siquiera lo amaba! Era simplemente su presencia ese único día, su manera de referirse a los demás, su forma de ser descontraída, que me contagiaba la sangre de ganas, manía y fobia.
Mi estómago se contraía al escuchar su nombre, y sentía el vacío al escuchar otro apellido. Para mí ya no quedaba más que aguantar. Hasta que llegó ese día en que no fue nunca más a la reunión, y el antídoto se me fue otorgado.
Gracias a otra mujer que nunca conocí, que decidió darle fin al que nos había condenado a ambas.
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Texto agregado el 08-10-2006, y leído por 136
visitantes. (4 votos)
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Lectores Opinan |
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08-11-2006 |
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huuuyy... ese es un final muy bueno. mariosegoy |
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14-10-2006 |
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Que delicadesa en tus palabras, pobre de ese que se fue sin decir nada. saludos niña. emilianodeluxe |
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