Nos conocimos allá en tu pueblo natal,
pero las desgracias de la formalidad
de reuniones y conferencias,
nos volvieron dos seres
sin sensaciones, sin sentimientos,
y sólo teníamos palabras y saber.
Sin embargo de reojo,
en momentos de despertar la emoción,
nos abrazábamos con las miradas,
nos dábamos besos furtivos,
aunque nuestros labios nunca se tocaban.
Y partí una mañana dejándote atrás,
sólo con una esperanza,
esperanza escrita en un papel de e-mails.
Hasta que al fin ya en el hogar,
te agregué a mi lista de contactos,
queriendo que seas algo más que un contacto literal,
y cuando sonó la campanita
de tú iniciando la sesión
con tus palabras volvió mi alma,
aquella que se perdió
entre protocolo y fríos cálculos.
Empezamos a conversar sobre largometrajes,
sobre la paz y las virtudes,
cada frase mía la hacías tuya.
Descubrí que eras poeta en traje.