Tendida en su lecho parecía mirarme de reojo, (qué estúpido, pensé para mis adentros), su cuerpo se veía más bello que de costumbre, porque aunque pálidos sus labios se insinuaban a los míos.
La gente que alrededor pasaba me miraban con penuria en sus caras, como diciendo “pobre muchacho, jamás lo superará”.
La observaba y no podía dejar de pensar en cuánto la amaba, recordaba todos aquellos momentos en los que juntos disfrutamos de esta vida. Pero también se vino a mi memoria el cruel engaño con mi “ex” mejor amigo, sin embargo me sentía tan mal por ella viéndola allí tendida, que no atiné a otra cosa más que a perdonar su pobre alma.
Una lágrima comenzó a caer por una de mis mejillas, ¡Mi amada estaba muerta! Y ya nada podía hacer al respecto.
Su familia también lloraba desconsoladamente. Tanta gente, todos en ese cuarto tan pequeño, y así y todo solo su dulce figura sobresalía de la multitud mientras que empecé a sentir un molesto dolor en mis muñecas, producto, imaginé, de la enorme angustia que sentía en ese momento.
De pronto en medio de mi dolor apareció él, el que había sembrado la discordia con mi más preciado tesoro, el que hacía poco llamaba “amigo”, de hecho me asombró verlo llorar. Lentamente se acercó hacia mí, y contrario a lo que pensaba sus intenciones se mostraron cuando me dio un certero golpe en la cara. Sorprendido intenté defenderme, pero mis manos estaban inutilizadas y el dolor en las muñecas se hizo más intenso...
Todo para finalmente darme cuenta que estaba esposado, que mi venganza había sido demasiado para la ley, y que estaba loco. Todo para anoticiarme que no era más que un maldito psicópata que resarció su dolor con más dolor.
Eché un último vistazo al cuerpo que alguna vez había sido mío, justo antes de que la policía me sacara de la escena del crimen.
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