Observandola flor de la mandrágora en la inmensidad de aquella pequeña celda comenzó a revivir su historia, y lo hizo con tal intensidad que pareciera poseida por el espectro de aquél, su apasionado e incierto amor.
Los coloridos pétalos de la flor asomaban entre sus dedos, sólo ella estaba en el secreto, su flor, con los primeros destellos de sol, volvería a renacer ofreciendola una amplia variedad de tonos anaranjados, tal vez eléctricos azules, o con suerte, si el dia despuntaba alegre, la ofreciese un ramillete de morados.
Era tan real que pudo sentir las caricias de su voz a media noche, la ansiedad que sufría contando los minutos que tardaba en volver a llamar; el feliz insomnio autoprovocado para pensar en él. Sintió aquello que aun lograba estremecerla, la taquicardia de sus "te amo".
Con voz temblona comenzó a tatarear aquella canción del flaco "...cómo el semen de los ahorcados, asi estoy yo sin ti..." y arrancando con furia los pétalos, golpeando con odio aquella blanca pared que ofrecía la nada eterna, mordiendo furiosa el tallo, recordó la impotencia y la rabia que la provocaron aquellas malditas palabras, recordó la sed de venganza y aquel enamoramiento que no se fue, que ya no se iría jamás mientras aquella maldita flor despuntase cada mañana.
La humedad de sus mejillas la transportó al momento en que, por primera vez, se acariciaron con las manos. Sintió de nuevo bajo su piel, la aspereza de aquel asiento trasero y la lluvia torrencial que él desperto en su interior al recorrerla palmo a palmo. Sin dejar de estrujar la flor, sintió la fuerza de sus manos en el cuello de él, la respiración agitada y cada vez mas dificultosa. Al tiempo que una oleada de placer se expandía en su interior, apretó imperiosamente el tallo, le arrancó de su interior, entoncés él exhaló su último suspiro. Vio de nuevo aquellas gotas de semen desparramadas en la tapicería y se asombró como aquella vez al ver nacer la mas hermosa de las flores del semen derramado por aquel cuerpo frio e inerte.
Ya no lloraba cuando, con las manos en su espalda y una sonrisa en los labios, escuchaba las sirenas tratando de evitar la ceguera que provocaban los fotos para seguir contemplando aquel destello de color que escondía entre sus pechos. |