El cabello liso, castaño, tibio de rayos de sol, inserto en su cabeza, brillando cual fibra de cristal iluminado y suave como el alba y sus colores de grandeza.
La piel contraída siente el calor y se relaja, los ojos felices, riendo entrecerrados de tanto fulgor, y el corazón danzante, contento, orgulloso del sol.
La lluvia ahora es rocío cristalino, traspasado por la estrella guardián de nuestra tierra, y posado con delicadeza sobre cada planta, cada techo, a modo de bendición.
Los vidrios se empañan con el cambio de clima, se ruborizan a su modo con la llegada de su amor, el rey, y las hojas despiertan de su hibernación, se estiran, se levantan para estar más cerca del ente y toman colores, se embelecen, se preparan.
Salpicón de rayos, que caen sobre el planeta, que han llegado al fin de su viaje y nos han recordado, y nos vienen a ver, que nos consuelan, que nos alegran, que entusiasman y liberan, y que, finalmente, algo de paz nos dejan.
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