Y muchas veces sentía que la piel se quemaba más allá de los sentimientos, más allá de las sensaciones. Nadie lo podía saber, pero en el fondo de mi alma yo sabía que los otros a veces también se sentían incómodos con este ropaje vivo y poroso. A veces nos queda un poco apretado, y no podemos respirar bien; otras veces lo sentimos un poco suelto, y nos creemos ajenos a nosotros mismos. Quien sea que diga que los hombres estamos hechos a la medida, espero que logre responder “¿a la medida de quién?”. En ese momento ése era mi secreto, nadie podía verme pues no había abierto las cortinas desde la noche anterior, desde la última vez que divisé la luna, y pude ver su reflejo sobre la superficie del firmamento. Mis problemas eran míos, por primera vez en mi vida me sentía sólo conmigo mismo. Aún así sabía que seguía siendo esclavo de los fantasmas que dejó en mis recuerdos, y que todos supieron dejar pertinentemente escondidos tras las imágenes de la traviesa memoria.
¿Emociones? Netamente indescriptibles, intentar asirlas sería como intentar cazar dos liebres al mismo tiempo, sentía que pensar era completamente inútil y pensaba que sentir era inútilmente fugaz. En los oídos parecían grabarse sus últimas palabras, su mirada penetrante se negaba a desalojar el recuerdo, era como si estuviese tatuada con fuego y sellada dentro de un bloque de hielo en la retina. La noche le rememoraba, las estrellas invocaban segundo tras segundo su presencia una y otra, una y otra vez.
Esta noche no era cualquier noche, tenía un verdor particular, un verde que me incitaba a salir de mi prisión humana y hundirme en la inmensidad de la naturaleza. Es fácil decirlo, o imaginarlo, pero todos sabemos que no hay cosa más complicada que renunciar a lo personal y a lo social para sumergirse en lo desconocido. Hoy la bóveda estrellada despertaba esas ansias de aventura que desde la infancia me obligaban a reprimir. La oscuridad lanzaba su crudo desafío a mi cara y lo único que había hecho toda mi vida era excusarme porque era demasiado cobarde, porque me había hecho demasiado humano. “Todo a su tiempo” me decían, hoy era “su tiempo”, todo era hoy.
¿Ser uno con el todo? ¿Esperanza? Esperanza… Estar a la espera… Estar a la espera… ¿Esperar? Siempre me irritó esperar a otros, es como si la irresponsabilidad estuviese validada socialmente. ¿Y si todo en la vida es esperar? ¡No! Hay que salir, “la verdad está allá afuera” siempre me dijeron unos, otros buscaban la verdad dentro de sí mismos, ambos eran tan ciegos… Nunca vieron que ambos se empeñaban en dejar pasar el tiempo de maneras distintas. ¡Hoy mismo esperaba como un estúpido su llamada haciendo guardia al teléfono! Esta noche sería la última espera que debiese aguantar, el color de los cielos me revelaba la verdad sobre mí mismo y sobre los demás. Nada podría salir mal, ya todo lo bueno había pasado y lo malo se me hacía espantosamente trivial. Esta noche el verde le habla a mi alma, me llama a trascender la eternidad del espacio y el tiempo, a trascender su absurdo baile infinito. ¿Y sobre ella? ¡Ella se las puede arreglar sola! Ella eligió su camino, el mío no estaba claro entonces, no está claro desde hace un buen tiempo (no sabría describir el tiempo que pasaba a estas alturas, las manecillas y los calendarios decían algo y la noche me decía otra), lo único que sentía verdadero era que la espera no estaba dentro de mis planes. Sabía que ella estaría bien, es una mujer fuerte, los demás podían sufrir cuanto quisieran; para eso está hecho el ser humano finalmente, para amar y sufrir. Aunque sé que no sería capaz de decirle eso a la cara de un niño o una niña pequeña, pues ellos son lo único que realmente tenemos, lo único en lo que realmente podemos confiar. ¿Esperanza? Siempre, es lo último que se pierde, espero que mi espera termine. Es lo último que esperaré, es lo último que comenzaré a buscar, es lo último que me resignaré a esperar…
Un primer paso, una voluntad imperiosa que lleva a posar un pie a un lado de la cama. Dos pasos, estar conectado en ambas bases con la prisión terrenal. Tres pasos, ya erguido, este es el primero que marca una clara intención de cambiar de posición. Cuatro pasos, el segundo en el camino, la esperanza de salvación se hace presente en el cuerpo y el inhóspito frío se siente a través de una invisible barrera. La mano se acerca al frío y le enfrenta desafiante, no hay nada en este mundo que no se doblegue a la mano del hombre. Se abre lenta pero decididamente, el viento y la humedad entonces recorren el cuerpo desnudo, ya la piel no arde ni es un impedimento, el frío hace bien para las heridas y la humedad se siente saludable tanto adentro como afuera de las fronteras del ser. Esas fronteras se hacen menos notorias ahora que la noche toca los ojos sin intermediarios, cuando acaricia los sentidos; cada uno dejándose llevar por su propio goce, uno por uno; sin detenerse en alguno en especial. Cinco pasos, el pie ahora toca con frialdad el piso congelado, el piso es irritantemente azul, asquerosamente mundano. En este momento el calor y la monótona vida urbana ya está atrás, todo por lo que un hombre lucha, todo por lo que un hombre llora, todo por lo que todos morimos uno tras otro; día a día; se pierde tras las cortinas. Lo único que queda de esa carga de la que nos alimentan en nuestros hogares y los lugares públicos, se encuentra dentro del propio cuerpo, e intenta desesperadamente salir a unirse con sus congéneres. Seis pasos, ya nada queda en la mente que pueda recordar algo, o siquiera proyectarse hacia un futuro, la espera se aproxima a su final. El último paso; toda la fuerza que el mítico Atlas, el determinado Heracles y el inmortal Aquiles nos heredaron se hace presente. En menos de un segundo ya el mundo no vale más que el viento como moneda de cambio, y el cuerpo se deja ir, la naturaleza hace su magia. La caída libera al espíritu, la vida pasa frente a los ojos como una película que se ve por segunda vez, el aire llena el cuerpo y el alma lo desaloja, el verdor de la noche se apodera de todo y cuanto hay. Y así termina todo, en un penetrante llanto ahogado por el silencio…
Al quebrar el alba suena el teléfono...
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Para Emilia K.
A la memoria de Ignacio Benjamín A. |