Un fantasma, que vuelve cada noche a amedrentar mi alma y corazón en una satánica danza de recuerdos. Momentos, como suspendidos en el tiempo, esclavos para siempre de la memoria de un lastimoso amor.
Un espectro que no se vale de una sabana blanca para asustar, no tiene deformidad alguna con la cual repugnar y dista de ser un asesino destripador.
¿Quién soy yo? Un tonto jugando un juego del que no quiero participar, un boludo más en la “sopa de hombre” que este fantasma gusta de saborear.
Una sombra quizás en la oscuridad, algo más negro que aquello que lo observa atestiguando su crimen, la eterna noche. Esotérica presencia que ataca en la cama, cuando todos duermen ignorantes de su existencia y de lo que le hace a su víctima, el que ahora escribe.
Un alma en pena por no saber perdonar, vagando en la eternidad y arrastrando las rotas cadenas del desengaño.
Un fantasma, eso es. Una bestia sedienta de venganza que con sus blancos dientes muerde mis labios para recordarme que ya no va a volver a besarme NUNCA MÁS. Pero miente, se jacta del olvido que el propio espíritu no puede adquirir, ¿Qué no volverá a besarme? Claro que lo hará, mañana en la noche cuando regrese por más de mi sangre llena de amor y dolor, mañana, cuando el sol decida hacer lo que mejor hace, ocultarse, entonces su figura reaparecerá ante mis ojos y con ella mi tormento.
Ya lo escucho venir, son sus pasos que se acercan por mi reminiscencia de aquel desgastado y volátil amor extinto. Es ella que retorna del efímero día proveedor de olvido. Ahora veo su figura, su embriagante imagen, cargada ella de nostálgicas añoranzas.
Otra vez va a besarme, siento su dulce respiración cerca de la mía. Quiero evitarlo, quiero huir… pero esa perversa tentación la acompaña como siempre.
Lo hizo de nuevo, me besó y agregó un peso más en mi cruz de torturas. Ahora se aleja sonriendo a besar otra víctima, a ofrecerle su carne y sus labios por tan solo algunas horas, mientras yo me quedo en un pasado que se hace presente y futuro a cada momento en mis sueños y recuerdos.
¿Quién soy yo? El Víctor Frankestein de este monstruo, un arrepentido atormentado por el demonio. Soy ese al que no le sirve rezar por un perdón que, infame, jamás llegará. Soy el desgraciado creador de un alma en pena, culpable de convertir el hada en ratón, el ángel en serpiente. No soy más que el hijo de puta que hizo de la dulce e inocente sangre de una mujer, el vinagre que hoy corre por las venas de ese fantasma.
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