Y SERÉIS DIOSES.
Quiso Dios tener descendencia y envolviéndose en la unión de sus modos femenino y masculino, concibió y dio a luz a sus hijos muy amados. Para ellos creó el Paraíso Terrenal, lugar lleno de belleza y perfumes. La música latía en su aire. Allí crecieron y el bienestar palpitaba en ellos y en el multicolor abanico de árboles, frutos, plantas y flores... entre el brillo de manantiales, playas y arenas... No les faltó la variada compañía de sus hermanos animales, también dotados de hermosura, inteligencia y lenguajes.
Su forma, como la de su Padre era andróngina; se bastaba y completaba a sí misma: mitad mujer y mitad hombre. Un costado de Mujer y uno de Hombre unidos por su eje. Siendo dos y uno a la vez, disfrutaban de gran unión y entendimiento. Cada parte disponía de un órgano sexual complementario con los que plenamente se satisfacían y reproducían al mismo tiempo. Vivían en paz, gracia y felicidad, en aquél Paraíso en la Tierra en presencia de su Padre y Dios.
Crecieron y maduraron y a su tiempo comenzaron a sentir que algo les faltaba. Veían a su Padre moverse y crear por el Universo, seguir experimentando y desarrollándose, mientras ellos siempre estaban allí... Sintieron la necesidad de transformación y de nuevos espacios, de crecer y evolucionar y llegar a ser lo que en potencia ya eran, por su linaje de Hijos de Dios. Ser como Él era y como les había dicho que eran: dioses. Ser Dios.
Trasladaron a Dios su Padre esta voluntad. Dios alabó y se congratuló de tal decisión y los acompañó hasta donde, semi-oculto al fondo del Edén, se hallaba el Árbol de la Eterna Sabiduría, custodiado por la Serpiente, la Gran Preservadora de las fuerzas telúricas de la regeneración y la perpetuación de la vida... El Padre, así les dijo:
- Amados Hijos, semejantes a mí. Esperaba y deseaba llegara este momento en que por propia voluntad deseárais acceder al legado que os aguarda: Ser Dios. Como yo lo soy y lo serán vuestros hijos y los hijos de sus hijos y así por siempre.
- Para ello habréis de prepararos debidamente, vivir un ingente cúmulo de experiencias distintas, a lo largo de un extenso y minucioso aprendizaje, para al fin ser merecedores de tan alta dignidad. Éste bellísimo árbol que aquí veis, de inigualables y transformadoras semillas y custodiado por la Sierpe, la Deidad de la Eterna Evolución y Sabiduría, único en todo el Paraíso, es el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. Si coméis de sus frutos y bebéis de sus innúmeras enseñanzas, tantas como estrellas, hallaréis el camino hacia vuestra verdadera naturaleza. Ahora con ambos os dejo para que lo meditéis en paz y sea cual sea vuestra decisión, sabed que os estaré esperando siempre y que por siempre estaréis, estáis y seguís en mi corazón.
Ángeles Yagüe |