Rodrigo Alfaro se encontró con otro pomito de pastillas entre sus manos. Al salir de la farmacia salió tranquilo, siempre mirando de frente, sin pestañear o escondiéndose de alguien. No. Camina firme, con una sonrisa disimulada que, lejos de parecer cínica, refleja más bien serenidad. Una cara distinta a la que muestra ante los doctores que lo atienden.
Con lo que consiguió esta mañana aumenta considerablemente su colección. Ahora cuenta con un surtido de todo tipo de menjurjes, tan amplio, que cualquier adicto se sentiría en el paraíso. No todas las que ha obtenido últimamente son comunes; algunas son, incluso, ilegales: diazepan, sildenafil, fenilpropanolamina, retalin, etc. Pero curiosamente, todas las ha conseguido de la misma manera… legal y hasta simplona; nada sofisticado, lo que contrasta enormemente con su personalidad: la de ignorante y tonto, como se le ha conocido desde que dejó la escuela.
Sin embargo, a pesar de su poca escolaridad, nadie creería de lo que ha sido capaz hasta ahora al reconocer la maraña de rasgos que tiene como letra cuando escribe; no se puede negar que le faltó estudio para ganarse la vida honradamente, aunque debo admitir que le sobra el ingenio para compensar lo que no tiene. Algo se le debe reconocer, ¿no crees?
Tal vez las medicinas, al venderlas clandestinamente, le ayuden a recuperarse de la crisis económica por la que está pasando últimamente. Pero no creo que con ello se le quite la costumbre de robarse los cuadernillos de recetas en blanco cada vez que visita un médico. Es cierto que se divierte de lo lindo escribiendo garabatos sobre ellas. Luego las lleva a la farmacia… la cantidad de cosas que obtiene con esa escritura tan inteligible.
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