Despertar. Misma hora: 7:03 am por una falla del reloj. Mira a la ventana, luego a su costado. Solo, completamente solo. Papeles de recordatorio a lo largo de su departamento; a su lado la luz de la cómoda, y el libro que hace un año lee y no ha logrado avanzar más de cincuenta páginas. El vaso de agua para las pesadillas, donde se imagina corriendo sin saber de qué, para que cuando pare se halle en un pueblo oscuro, con fantasmas que desaparecen cuando cierra los ojos. Ya no se sienten.
La cama de dos plazas. Él ocupa el lado izquierdo, donde le llega el sol a la cara en las mañanas. El closet cerca de su cama. "Pasear al perro y llevarlo al veterinario - 15:00". Costumbre, así se llamaba su perro, que era el único que lo acompañaba en las noches.
El closet abierto, pero sin nada adentro por la cantidad de ropa apilada al costado. Camisas de oficinista, pantalones con polillas, olor a sudor. Aumentando día tras día.
7:15, después de la ducha se miraba al espejo, ojeroso, demacrado, con los pelos de la barba a punto de salir pero no. El espejo lo tenía rayado con plumón: Has que tenga sentido. Sus papeles lo eran todo, el seguir hasta la redacción de lo estipulado por ese trozo de materia insignificante. Le daba razón. Algo de valor.
Mecanizando los movimientos para no parar y que se le viniera todo encima, porque era demasiado. Que antes de esto alguien lo despertaba y dialogaba con él. Las noches eran más placenteras. Incluso, al mirarse al espejo salían unos ojos distintos por atrás. Y habían risas, en vez de ladridos.
Pero un huracán había pasado. Algo así. Una lluvia que pretendía barrerlo todo. Y cayó. Por eso ahora corría desesperadamente; vomitando las culpas.
7:24, error en el sistema. Párate de esa silla y vete a trabajar vendiendo quién sabe qué cosa. Levántate....pero...la memoria incierta seguía fresca, flashes apareciendo de cualquier lugar. Has que tenga sentido, decía ella ese día en la azotea cuando la encontró llorando, luego de buscarla por distintos sitios. ¿Qué haces?, preguntó incrédulo, calmo, casi con una sonrisa en la cara.
Estaba mirando hacia abajo, desde la azotea, décimo piso. Le lloraban los ojos, su actitud era de disculpa. Pero no me pidas perdón por nada, no entiendo. No logro entender. Se quedó parado, observándola. Hasta que ella dio un paso más. A la nada.
El sonido duro al tocar la tierra le dio a entender que había terminado. La memoria ya no servía, ¿para qué?. La formación de nuevos recuerdos era para los que rebuscaban en la basura.
7:45, el cielo estaba de colores. Sólo caminar treinta pasos a la puerta de la habitación, y salir. Lejos. |