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Caminos.


La faena se hacía cada día más pesada. el terreno, duro y pedregoso parecía una sola costra de roca. De vez en cuando un par de tiros de dinamita era la solución. El trabajo era para hombres rudos y duros. Por aquellos años trabajar en los caminos se había convertido en una especie de legión extranjera. Lugar donde el capataz miraba hombros y manos a quien llegase a pedir trabajo, los antecedentes no eran necesarios para tomar la pala.

Manríquez llegó un lunes de mañana, caminando, cansado de andar los quince kilómetros que habían entre el pueblo y la faena. Llevaba un saco harinero y dentro sus pertenencias, las que cabían en la mitad de su bolsa valija.

Hacía falta manos, le preguntaron nombre y apellido y fue anotado en el cuaderno del capataz, descansó tirado bajo un boldo, durmió una hora y después del almuerzo se hizo cargo de una pala y una picota, se colocó a la par con sus compañeros, fue considerado como bueno para la pega y allí quedó hasta cuando se cansare, aburriese u otro acontecimiento apresurara su partida, situación común para todos los que allí laboran.

Para pasar las noches, el capataz le prestó una frazada dejada por alguien que se marchó de prisa para no regresar. Se largó un día antes que pasara la policía buscando a un par de prófugos. No era quien desertó, pero de seguro alguna deuda con la justicia tenía.

—¿Cómo llegó hasta acá compadrito?
—Derechito por el camino si es para no perderse, en la cantina me dijeron que había trabajo para manos duras y yo las tengo.
—¿No vio a los carabineros, andan buscando a dos que se escaparon de no sé dónde?
—No, no los vi, debo haberme cruzado con ellos cuando caminé por la línea del tren.
—Hacía tiempo que no caminaba por los durmientes, me cansé “ganchito”, eso de dar un par de pasos cortos y otro más largo cansa cuando se ha perdido la costumbre. Encontré como medio kilo de cobre, servirá para un par de cañas de tinto.
—¿Su nombre compadrito?
—De donde vengo me llaman Manríquez, dígame así ¿Y usted?
—Gómez soy. Acá están mis cinco para lo que le sirvan.
—Lo mismo digo.
—Pongámosle el hombro “ganchito”, que no nos vea conversar el capataz, es duro, pero recto y cuando hay un escollo grande, se pone a hacer fuerza como uno.

—¿Y el rancho?
—Por lo menos no tenemos que hacerlo nosotros. El jefe pone a alguno cada mañana, la comida es buena, siempre hay porotos o lentejas, un par de veces en la semana, carne. El maestro Olave anda con varios “guachis” que coloca en las huellas de los conejos. Estofados o escabechados, son para chuparse los bigotes.
—¿Y los compañeros de trabajo?
—De todo, pero, cada uno anda por su lado. Poca confianza hay, y es qué, si uno hace mucha amistad, cuenta los motivos que nos trajeron al camino.
—Cierto, uno por algo simple a veces logra “desgraciarse” con algún cristiano y eso no es para andar contándolo. ¿La paga, cómo es?
—No es mala, cada quince días, se descuenta los víveres del rancho, el jefe es derecho (como le decía) nunca hace las cuentas mal, paga lo justo, lo pactado de palabra, a veces en esos días de pago llegan algunos tahúres a jugar a los naipes o dados, casi siempre con maula.
—Soy malo para apostar don Gómez, además si veo que me hacen trampa, no respondo de mí. ¿Mujeres?
—Don Manríquez, hay ocasiones que llegan dos mujeres del pueblo más cercano, se arma un ruco alejado, alguien presta la “payasa” y allí uno bota las malas pulgas, se hace un sorteo por los turnos.
—Ah ¿Gente de cuidado entre los compañeros?
—Todos somos de la misma madera, pero, el Simón, aquel de la chupalla con cinta azul es extraño, hay días cuando acaba la faena, se lava y va al pueblo, siempre regresa al filo de la media noche, nunca borracho. Es peleador y mal intencionado.

A la una de la tarde suena el triángulo de fierro llamando al almuerzo, se ha colocado una mesa debajo de un aromo, allí se van colocando uno tras otro, llegan con el plato servido, algunos lavados de manos otros no, para aprovechar mejor el tiempo, no hace mal echarse una siesta de media hora. Dos platos; una carbonada de cordero y un plato de porotos con tallarines, sin vino. A las seis de la tarde termina el día de trabajo, hay comida, lo mismo del almuerzo. Algunos aprovechan algún vehículo que quiera llevarles al pueblo, luego regresan de a poco, algunos borrachos, otros alegres. Cuando alguien se queda en el pueblo, debe estar a la hora de iniciar el trabajo.

En los últimos días se ha avanzado poco, el capataz está preocupado, deberían ir mucho más adelante; los jefes en la ciudad han llegado a inspeccionar, ha habido que buscar medios técnicos. En la mañana última vino un barrenador con un explosivista, han trabajado duro para perforar las rocas. Cada una hora se oye el grito de alerta, todos se colocan lejos del lugar, luego de la explosión, la revisión para ver si han explotado todos los tiros . Una vez terminado, las cuadrillas, con pala y carretilla sacan el material, día con día lo mismo, lo único que desean los que están en la faena es que termine la zona dura para quedar solos con el capataz y sin jefes de la ciudad. Los “futres” son harto prepotentes, con Alfaro (capataz) si bien es duro, están acostumbrados.

Un viernes de término de quincena, a las tres de la tarde se paró la faena y luego de un baño, dos grupos se alistan al pueblo. Simón, saca un espejo, lo cuelga en un tronco, enjabona la cara y se afeita, una vez acabada, se peina, se mira varias veces, pasa su mano por el mentón y mejillas, donde nota algo de barba, vuelve a pasar su navaja, se mira varias veces antes de dar por terminado su aseo.

—Usted don Manríquez. ¿No va al pueblo?.
—La verdad que no, si voy me largaré a tomar y no quiero. Mañana en la mañana iré, paso al correo, le envío algunos billetes a mi viejita y luego regreso, puede que pase a ver a alguna chiquilla. ¿Y usted?
—Tampoco iré, mire que el otro día anduve en el pueblo, encontré una cara parecida a la de alguien que no quiero me vea.
—Bueno, si mañana quiere, le compro lo que guste, si tiene a alguien a quien mandarle plata, le coloco un giro.
—Gracias compañero, lo pensaré.

Manríquez y Gómez se han hecho amigos, son hombres de palabra, saben que en algunas circunstancias es bueno tener alguien al lado y en ese ambiente, nunca se sabe.
Simón, es lo contrario, casi siempre sólo, le gusta hacer aspaviento con su navaja, con un poco de trago siempre provoca.

Cuatro de los que trabajan quedan en el campamento descansando, uno de ellos va al pueblo y regresa luego con una garrafa de cinco litros de tinto, beben la mitad. Llegan los recuerdos de la familia lejana, cada cual con el alma amarga de no poder ser una persona normal y estar con sus padres, hijos y mujer, no hablan de dónde son y tampoco de por qué están trabajando de camineros, alguno habla de organización sindical, pero difícil tarea con gente así.

En la ruta se va juntado los días, haya sol, o lluvia, ahí están; días alegres días malos, tardes en que los recuerdos hacen a veces salir alguna lágrima esquiva, sobre todos en días de cumpleaños de los hijos. Gómez y Manríquez trabajan juntos, una fuerte amistad se ha armado. Simón les mira de reojo, se nota algo de odio, incomprensible pero odios al fin y al cabo. La última quincena se ha avanzado a buen ritmo.

Llega el día de pago. A eso del medio día llegan la Julia y la Felisa, son conocidas, ño Peña y Germán, sacaron sus “payasas” y se las pasaron. Ellas las llevaron al ruco, limpiaron y se prepararon para atender a los clientes ávidos de amor. A la hora de almuerzo comieron todos juntos, ellas cocinaron, una cazuela de cerdo con chuchoca y ensaladas. Mientras lavaban los trastos, los hombres que participarían de la fiesta con ellas, se agruparon y con una baraja tomaron una carta cada uno. Los turnos quedaron establecidos. Con la platita en el bolsillo fueron pasando uno a uno, si había demora, la rechifla era general.

—¡Ya poh, apure la causa ganchito! ¡Ya pues, si todos necesitamos!

Cerca de la mesa comunitaria, alguien con una lata de parafina improvisa un instrumento y tañando va dibujando una cueca. Uno más alegre baila solo al ritmo de la cueca. Mientras unos zapatean con las chicas, otros lo hacen en el suelo con las cuecas. Vino no faltó, los amigos estuvieron un rato, fueron donde las niñas y luego se retiraron, ya de noche, se acabó la fiesta, varios se fueron al pueblo, otros se quedaron en el campamento.

Como a las cinco de la madrugada, Manríquez sintió que alguien entró a revisar sus cosas, el saco harinero, luego los bolsillos. En esa estaba cuando Manríquez toma de la mano al intruso y le manda un golpe de puño y un grito despierta a los que descansan.

—¡Conchetumadre, me querís robar, hijoeputa!
—¿Qué pasa compañero? - Pregunta Gómez, encendiendo la vela, ahí ven el rostro de Simón.
—¡Te cocinaste chuchetumadre!
—¡Y qué! ¡Vamos pá fuera! – dice el ladrón
—¡Vamos!

Hay luna llena, la noche es clara, está pronto el amanecer, Manríquez se viste y sale, su compañero también sale. De debajo de la almohada Gómez saca una navaja de unos doce centímetros y la guarda en su chaqueta.
En pleno camino se arma la pelea, los otros han despertado y salen a ver lo que ocurre. Manríquez le da unos golpes de puño, Simón saca un cuchillo de punta curva, de inmediato el contendor se quita su vestón y lo enrolla en su brazo izquierdo, con eso se protege de los cortes, algunos detienen la pelea ya que es desequilibrada, Simón anda con otro tipo no conocido, Gómez se le acerca y le muestra su cuchillo, diciéndole...

—No se meta, yo afianzo a mi compadre, si lo hace, se la pongo entera, no va a ser la primera vez que me “desgracio” con alguien.
—Tranquilo, no me voy a meter.

De un bolsillo Manríquez sacó un cortaplumas. Les hicieron rueda, nadie se metería.

Ambos se miran a los ojos, Manríquez piensa qué tiene que cuidar su estómago, si lo agarraba un corte se vaciaría, esos corvos arrasan con todo, así que la mano izquierda estaba cerca del abdomen. Simón lazaba cortes y retrocede, lo mismo hace Manríquez, se nota que son diestros en el uso de sus armas. Todos saben que es sin regreso, uno de ambos quedará en la misma ruta que construyen.

Manríquez había observado al hombre, pensaba, “este huevón se mira mucho en el espejo, se siente lindo, si le corto la cara se va a desesperar”, Simón también había observado a su adversario y buscaba los puntos que creía eran los débiles. Manríquez en un descuido de Simón le corta la mejilla izquierda, saltando una hilera de sangre. Simón se toca la cara, se mira y al sentir su rostro tatuado enceguece de odio. Lanza otros cortes al abdomen de Manriquez, no logra su objetivo, se lleva nuevamente la mano a la mejilla y...

—¡Te fuiste conchetumadre! – Dice Manríquez, clavándole la hoja de su arma en el abdomen primero y de inmediato otro en el pecho. El corazón de Simón revienta, cayendo al suelo, en menos de tres minutos esta muerto.
—¿Qué hacer? – Pregunta alguien

—Aquí no ha pasado nada – dice Gómez.
—La pela fue limpia – dice otro
—Hay que enterrar a este ladrón de mierda – vuelve a decir Gómez

Manríquez, se sienta en una piedra y toma su cabeza con sus dos manos, está nervioso, su respiración es agitada, comienza a calmarse. Algunos se acercan a su lado, brindan solidaridad colocando una mano en el hombro del hombre que acaba de dar muerte a otro, no hay reproche, todos sabían que no había otra salida y que cualquiera pudo haber sido.

—¡Hay que enterrarlo! – Es la voz de don Peña
—¿Dónde? – Otra voz habla.
—Acá mismo, en el camino, hay que traer pala picota y chuzo; el terreno es blando, hay qué hacer un hoyo de más de un metro y medio y ahí quedará. – Gómez lleva la voz.

En menos de diez minutos la fosa está lista, toman el cuerpo y lo lanzan dentro, luego, piedras y tierra caen sobre el muerto. A eso de las diez de la mañana, llega una aplanadora; son toneladas de peso, el lugar donde esté el muerto es igual a todo el camino. En la medida que el vehículo pasa, los camineros van colocando más material. Al finalizar el día, se hacen los preparativos para correr el campamento más al sur.

Del muerto nunca más se habló.

Curiche
Santiago, primavera 2006

Texto agregado el 06-10-2006, y leído por 373 visitantes. (12 votos)


Lectores Opinan
03-02-2007 Buena historia de guapos. La tensión se fue acumulando como si nada, así como al pasar, mientras transcurre esa dura vida de camineros, de esos transhumantes perennes de la vida. Una siesta bajo un boldo, un hombre apuñalado que se queda en el silencio de la tierra, aplastado por el secreto del camino. mandrugo
05-12-2006 Uffff una historia fuerte, de tierras fuertes y hombres duros! Francamente no me gustaría estar en el pellejo de ninguno, porque ese trabajo... no es vida! En cambio tú haces un esbozo de cómo y en qué circunstancias se vive en algunos lugares... Un saludo!***** josef
21-10-2006 Andas los "caminos" de tu Chile y nos llevas a la mina. Allí, en el trabajo duro, impera la ley del fuerte o quizá del más sagaz, del que en este caso fue ofendido. Nos has presentado la vida de estas gentes, su duro trabajo, su grandeza y sus miserias. Al final la violencia, la dura realidad. La muerte de unos ellos quedará en la misma ruta que construyen, porque en la lucha no hay regreso. Siempre mis felicitaciones, amigo. Noguera
11-10-2006 Tus relatos siempre son (a mi ver) con un aire campechano o mejor dicho, altamente humanos. Faenas pesadas las que deben (por necesidad o demàs) llevar a cabo los hombres (y a veces unas se aplican a mujeres/niños/ancianos) por ejemplo irte de mojado a gringolandia y trabajar en los campos de cultivo o no me voy lejos, aqui en mi pueblo, se siembra la uva .. por ende en las èpocas de recolecciòn, vienen de otros edos a levantar la vid, o bien el cultivo de otras cosas ... construcciòn de carreteras, cultivo, construcciòn de edificios ... son jornadas pesadas, pero ante la necesidad .. no queda mas. Mi padre, fue albañil de joven, aprendio ese oficio al quedar huerfano de padre (+ 5 hnos + madre) como a los 15 o 17, despues entro a trabajar a un hospital del cual ya se pensiono, pero siguio haciendo trabajos de albañileria si le salian los fines de semana. Y como en todos lados, uno se agarra enemistades gratis .. sin hacerles nada a las personas, les caes mal .. por envidia o amargura ... y si sobrevive solo el que se defiende. Excelente, como siempre tus relatos ••••• esme_ralda
10-10-2006 La violencia no gana, y menos por ser fuerte, solamente consigue matar, por ser débil y mala. Así es siempre, pero sin ganancias. Nunca gana nada el que mata. Pero tú, Curiche, te has ganado más de cinco estrellas con este buen relato. maravillas
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