ONCE
¿Te das cuenta, Antonia? Pareciera que el amor es algo así como amar el amor, recuerdo ese bello y curioso texto de Roland Barthes, “Fragmentos del discurso amoroso”, en que, bajo la apariencia de una verdadera desconstrucción de textos del “Werther” de Goethe, en el fondo, y esta es mi propia desconstrucción del texto de Barthes, lo que hace es un oculto y bello elogio del discurso amoroso, una exploración sensible en las palabras del amor y sus ocultos significados, y vaya si uno cuando está enamorado no sabe de interpretar, no sólo el lenguaje verbal o escrito, qué cómo escribió “mi amor”, o cómo me llamó por mi nombre ¿no es verdad Antonia, Antonia Sarowski, Sarowski, princesa, princesa mía amada, cómo me duele cuando me dices “Cucho”, cuando siempre he preferido que me llamen Cucho antes que José, José Agustín o Agustín? Pero cuando tú me dices o me escribes Cucho es porque estás molesta por algo, es porque te quieres alejar un poco de mí para decirme las cosas con más distancia, sin ternura, sin lugar para la sonrisa cómplice ¿verdad?, pero también el lenguaje gestual o corporal, lleno de posibles interpretaciones, cómo me gusta verte cuando pones tu “cara de miope”, los ojos semicerrados, la boca entreabierta, como tratando de ver más allá, cuando algo no es como tú quisieras que fuera, o cuando haces “boquitas”, los labios muy levemente fruncidos, lo suficiente como para que yo adivine que algún disgusto se nos viene encima, pero también ciertos leves cambios en tus rasgos, que denotan que te estás poniendo regalona, o cuando tú me imitas, entrecerrando un poco los ojos, riéndote en el fondo de algún cambio de ánimo negativo mío, y basta con tu leve imitación para que yo me vea obligado a reírme de mí mismo y me distienda nuevamente, y el amor se transforma en un mirar y admirar, en una constante observación del otro, como cuando voy manejando y miro a la derecha, sólo para saber que quién va junto a mí eres tú, pero no sólo tú, mi Antonia, sino también la Antonia Sarowski, esa Antonia Sarowski a la que yo miraba sin que ella me viera, hace ya más de treinta años, también verte aparecer, cuando te voy a buscar, cuando desapareces por un momento y vuelves, cuando en los almuerzos del centro no estás conmigo, y entonces te vuelvo a mirar y a ver como te veía antes, la lejana, la tan no mía Antonia Sarowski de esos tiempos, también a ti, yo sé, te gusta verme de repente de lejos, como ese tipo casi sin nombre que descubriste hace seis años, y que de repente se entrometió en tu vida como un terremoto que vino a descalabrar tu también compuestita vida, debes reconocerlo, Antonia, tú y tu vida eran tan compuestitos como lo era yo, si no hubieras sido tan compuestita, si yo no hubiera adivinado desde el principio que eras tan compuestita tal vez yo me habría acercado antes a ti, pero no me hubiera acercado del mismo modo, aunque para acercarme de otro modo yo también tendría que haber sido menos compuestito, o haber perdido la compostura, que nunca he perdido ¿o no es así?, yo siento que contigo nunca la he perdido, y por eso lo nuestro no fue sólo un episodio, porque tú pudiste darte cuenta que yo no me acercaba a ti con el propósito de tener una relación pasajera o eventual, sino que te diste cuenta que detrás de tanta figura literaria y de tanto anteojo sobre la nariz había algo que era bastante más que una simple atracción o una fantasía, pero no sólo eso, pues para que todo sucediera también tuvo que pasar algo dentro de ti, Antonia, algo muy profundo que tú pudieras reconocer y dimensionar, tanto como para hacerte perder la compostura, como para dar los pasos que te situaban fuera del campo de la compostura, pero nunca la hemos perdido, en realidad, ni tú ni yo, perderla habría sido huir juntos, haber dejado todo atrás, responsabilidades, hijos, trabajo, pero no, ahí estamos los dos, compuestitos, luchando por hacer compatible el amor con todo eso, poniéndonos barreras y límites por todas partes, porque o si no ¿qué estoy haciendo yo aquí solo, en el departamento, mientras tú vuelas a Nueva York, también sola, cuando lo que yo tendría que estar haciendo es ir a tu lado, y no morirme de pena y nostalgia como lo hago mientras te escribo?, pero somos compuestitos, tú aún más que yo, aunque tú creas que es al revés, no te amo de otro modo, y creo que te amaría menos si fueras menos compuestita; nada será, entonces, fácil entre nosotros, nos pondremos nosotros mismos los obstáculos, las barreras y los límites, pero lo haremos juntos, compartiremos esa carga de compostura que nos pesa como el peso de la noche, y que nos obliga a pensar siempre en los otros antes que en nosotros, nos sorprenderá la vejez sin que nos demos cuenta, soñando con un amanecer juntos, con una mañana en que yo te lleve el desayuno a la cama, y lo haremos de vez en cuando, siempre sintiendo que estará cercano el día en que lo hagamos para siempre, tú cumplirás sesenta años el año que la Sofía cumpla recién dieciocho, yo cincuenta y seis ¿te das cuenta de lo que eso significa?, y yo no habré entrado en tu casa, ni habré conocido a tu papá, a Francisco, a Daniel, ni tú a mis hijos, y habremos chuteado nuestro futuro siempre adelante, habremos enterrado nuestra vida bajo nuestras vidas, Antonia, sólo tú conocerás mis sábanas, pero yo no conoceré las tuyas, no importa, vida mía, haremos nuestras las sábanas de los hoteles en que nos regalaremos de vez en cuando una luna de miel, y seremos felices, como hemos sido felices con lo poco que nuestra compostura nos ha permitido, y ese poco ha sido mucho, y, sobre todo, ha sido bello, y, ¿podríamos negarlo? hemos sido felices, yo he sido feliz, más que lo que nunca fui en mi vida, y creo haber visto en tus ojos la felicidad, pero tienes que decirme si no es así, porque de nada habría valido todo el sacrificio que tú y yo hemos hecho, de nada habría valido el dolor que indudablemente han sufrido nuestros hijos si todo eso no nos hubiera brindado ni un instante de felicidad, y pensar que te digo todo esto mientras sufro por tu ausencia, te fuiste hace sólo dos horas, hace dos horas despegó tu avión rumbo a Nueva York, hace tres te despedí en el aeropuerto, estarás de vuelta en tres días más, pero este viaje me ha causado mucha pena, debo confesártelo, por lo que tú sabes, porque no me preguntaste si quería ir contigo, y yo, entonces, a diferencia de otros viajes, en que me invitaba solo, esta vez no quise hacerlo, pensando que siempre te había forzado a aceptar mi compañía en viajes que eran de trabajo y en los que, a lo mejor, mi presencia se te hacía incómoda, por tu trabajo, por supuesto, no por otras cosas, entonces no te dije nada, claro, a lo mejor también era más difícil esta vez, un viaje más caro, tú no me quisiste decir nada porque pensaste que yo no podría, y seguramente tenías razón, han sido meses más bien difíciles estos últimos, pero tú sabes que a mí se me hace también difícil aceptar los imposibles, más cuando se trata de cosas prácticas, por otro lado estaba el problema de la visa, yo no tengo visa a EEUU, seguramente no habría alcanzado a tramitarla, pero ese no es el problema, y tú lo sabes, y hoy en el aeropuerto conversamos sobre eso, sin ponernos tontos, y yo sigo pensando en los años que nos quedan para vivirlos juntos, y en que no podemos desperdiciar ni un solo día, y debemos estirar como un chicle el poco tiempo que tenemos para nosotros, como el fin de semana recién pasado, en que tú viniste a Viña y a mi me tocaba estar con los niños, e hicimos lo posible para estar juntos, aún recuerdo cuando me llamó Jean Pierre, para sacarme pica porque estaba tomando un café contigo, y yo estaba a diez cuadras de ahí almorzando con los niños en la casa de la Quenita, y el domingo, tú tomándote un café con la Anita en la avenida Perú y yo ahí mismo con los niños, sin saber lo cerca y lo lejos que estábamos, y cuando pienso en esas cosas, o en el viernes en la noche, ya habías llegado a Viña y nos juntamos en la noche, salimos a comer y luego vinimos al departamento, y dos cincuentones como nosotros no pudieron darse el gusto de pasar la noche juntos, no, te fui a dejar a las dos de la mañana, muy compuestamente, tu papá y la Sofía dormían ya desde hacía horas, pero no, yo te fui a dejar como a una polola adolescente y me volví solo a Reñaca ¿qué me dices? ¿qué puedes decir sobre eso?.
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