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A mis pies se desvestía
como una hoja desterrada del otoño,
como un matorral
sin su fecunda cabellera de follaje.
Su vestimenta era un tallo
hecho de tierra,
simple capullo de agua,
aire y venas.
El crepúsculo nacía de sus ojos
y un haz de luz
iluminaba su cuerpo
como una fundamental antorcha
de vida y fuego.
Su figura era una costa
de piedras y arenito.
Las manos de un orfebre
habían tallado su cintura
tanto,
que una cicatriz de sal
emergía de sus fronteras infinitas.
Así se desvestía,
blanca y pura
como navegante espuma.
Sus nalgas litoraneas
eran como una campana de marfil
donde mis manos
parecían un martillo oxidado
golpeando con trepidante bullicio de marea.
Mi beso;
una herradura que cabalgaba su lengua
hacia sus praderas celestes.
La tierra;
se abría
para recibir su desnudez
de semilla indomable,
que honda y fértil
lloraba sus raíces
para anclarse.
Un grito mortal
cerraba nuestros ojos,
mientras,
el último suspiro
apagaba la luz
y el viento se llevaba todas sus hojas
para cerrar la puerta. |
Texto agregado el 26-01-2004, y leído por 410
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