EN AGRAVIO DEL OCEANO
Severamente se nos exigió forzar la marcha y nosotros obedecimos como cumplía, pues admirábamos al capitán en razón de su valor, en razón de su extravagancia y en razón de su magnanimidad.
Pasado el mediodía llegamos a la orilla del mar,una playa remota, desnuda de rocas y vegetación donde al extremo, tras las dunas, se alzaba un antiguo templo en ruinas edificado por no se sabe quién.
Pasado un breve descanso se nos ordenó formar frente a la orilla.El asistente del capitán, un viejo sargento, había insinuado que aquel debía cumplir con un peculiar rito en agravio del océano y así en formación vimos como se iniciaba, lentamente, la tarde. El capitán, nervioso, ora paseaba, ora escrutaba el horizonte.
De súbito el cornetín indicó posición de firmes y a pesar de que, mas que una compañía de marciales soldados, parecíamos una partida de forajidos en virtud de lo prolongado de aquella guerra, lo cierto es que ofrecíamos un aspecto imponente.
Sobre todo el capitán quién en mitad de una tensión sobrecogedora, cubierto de hierro y el casco resplandeciente, se adentró en el mar y con el agua hasta la cintura se empleó en tajar y acuchillar, con su espada, las olas.
Hecho ésto berreó, escupió y pateó las aguas. Después se volvió hacia la tropa levantando la espada en señal de triunfo. Nosotros ,enardecidos y sin saber por qué, prorrumpimos en vítores.
Cuando salió del agua,desencajado y sudando a torrentes, ordenó romper filas, entonces nos aplicamos en preparar comida y a holgar a nuestro antojo al tiempo que el capitán se ocupaba de pasear ignorando el reposo, la comida o la conversación con los oficiales.Bien se le veía pesaroso o al menos pensativo y vigilante.Eso sí, dispuso que se repartiera licor de forma que con ello se redobló la ronda de hurras.
Nuevamente, palidísimo, nos mandó formar a la carrera y de esta forma esperamos en posición de combate mirando al horizonte mientras avanzaba, morosamente, el crepúsculo................... ..................................................................
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Primero fué el fragor y, al poco, vimos como, pavorosa , gigante y veloz se acercaba la ola, ansiosa por hacerse con su cosecha de muerte.
Nadie retrocedió, ninguno perdió la compostura y a mí me fue perdonada la vida para que pudiera narrarlo. |