Conforme traspasaba las cifras del estado de cuenta a la calculadora sentía que la vida se le escapaba. Un escalofrío recorrió su columna vertebral antes de pulsar la tecla +. En esta ocasión no lo salvaría su maestría financiera, ese instinto picaresco para traspasar cuentas, abonar una tarjeta con el débito de otra y así sucesivamente hasta balancear el saldo de los 14 créditos. Y aparte de eso el abono del coche y el gasto de esta noche. El tanque de gasolina, la cena y el baile, el hotel, no menor de ***** la botella de champagne y desde luego el viagra.
Y todo por sentirse joven, no, mejor dicho a causa de su enfermizo ego que le hizo conquistar a esa joven venezolana de concurso, la rubia de insinuantes curvas y voluptuosas presencia que arrancaba algo mucho menos mórbido que suspiros a la jauría masculina.
Apuró un largo trago de brandy y pulsó la tecla maldita. La cifra resultante, combinada con el alcohol cuesta arriba al cerebro le provocó un desvanecimiento que abrazó el mullido sillón. Luego de unos segundos que transcurrieron como minutos bajo el agua se incorporó presa de una febril ansiedad.
El pasaporte, ¿dónde carajo había escondido la libreta? Volaron por los aires los muebles del lujoso penthouse, la ropa, cajones y hasta platos y cubiertos. La nevera, claro, el envase vacío de Danone que una noche de copas en solitario le había parecido la más segura e inviolable caja fuerte. Con manos temblorosas abrió el envase y el alma le volvió al cuerpo ante el resplandor de la American Express platino, la misma que había despreciado porque nunca la solicitó, y que aquella extraña noche de lucidez alcohólica había desistido de destruir por si “las moscas”. Todos sus problemas quedaron resueltos, por lo menos esta vez, pero lo primero es lo primero, y el boleto de avión era prioritario. ¿Pero a qué destino? Tenía que ser un país de habla hispana, porque otra lengua no sabía, lo suficientemente corrupto para embaucar a sus autoridades con la habilidad de sus intrigas palaciegas. ¡Ya está, ahí acaban de cambiar gobierno y el hombrecillo que asentará sus breves posaderas en la silla presidencial no tiene idea de como enfrentar el muy plausible y próximo estallido social.
Preparó maletas, en realidad una sola, porque su renombrado guardarropa era por demás limitado, bebió otro trago de brandy, esta vez directamente de la botella con la imagen del plácido toro, y reservó boleto solamente de ida.
Y ahora a disfrutar, terminó la botella, se dio un duchazo y escanció en todo su cuerpo la deliciosa loción francesa.
A bordo del auto deportivo y fumó un cigarrillo tras otro. Algo andaba mal, el acelerador no respondía como de costumbre y un ruido extrañó se sobreponía al excitante ronroneo del motor. Pero no debía dejar que este detalle nublara su etílica alegría. Aparcó el auto en el mirador, abrió la guantera y extrajo el sobre con cocaína. Una vez inhalada la sustancia echó a andar el auto y al acelerar, en su aturdimiento no se dio cuenta que otro automóvil se encontraba frente al suyo. Fue un encontronazo fuerte, pero lo suficientemente benigno para que el no sufriera daños. Salió del coche e instintivamente revisó los desperfectos. Todo el frente se encontraba plegado y envuelto en humo. Se dirigió al coche de enfrente que no daba señales de vida. Se acercó a la ventanilla y observó la cabeza rapada de un joven dentro del volante. Quizás huir, pero cómo, el paraje era de fama desierto. Tal vez en el auto que se interpuso en su camino. Abrió la portezuela con la intención de sacar al joven y cambiarlo de vehículo pero quedó paralizado al observar la escena. Sofía, su amante venezolana se encontraba en el piso, con un pedazo de carne sangrante en la boca. Enderezó al joven temiendo lo peor y lo peor fue. Era Jesús su veintenero primogénito al que no veía desde las navidades pasadas.
En el avión no pudo conciliar el sueño, ni los tragos ni las doce horas de vuelo sirvieron para borrar la excitación provocada por la visión de Sofía con un pene en la boca.
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