El paso arrabalero hizo que sus movimientos se acompasaran; ella dio un pequeño salto hacia la mitad de su cuerpo; él, aferrado a esa cintura hizo una voltereta inclinando la cabeza de su dama. Como dos sombras entrelazadas bajo hilos nocturnos danzaron con sus párpados cerrados perpetuando aquel ensueño. La magia de firuletes y taquitos continuó hasta la madrugada, donde sus pequeños cuerpos de madera volvieron a los claustros de un viejo arcón de títeres...

Ana Cecilia. ©