Un día de sol se puso a caminar en círculos por el centro de la ciudad. Compró galletas en un kiosco, dos cigarrillos sueltos y dio vueltas mientras el sol parecía detenerse a mirarla, girando entre los edificios viejos y los minutos perdidos. Fumó el primer cigarrillo mientras pasaba por las vitrinas de vidrio que exhibían madejas de lana de colores vistosos. Abrió el paquete de galletas cuando un perro vago la seguía con ojos tristes, incrustando la mirada en las galletas rellenas con crema de vainilla. El segundo cigarrillo lo encendió justo frente a unos departamentos viejos con piso de cerámica y escaleras de barandas doradas. Se detuvo a mirar la entrada. Un conserje veía televisión en blanco y negro. El tablero dorado de la entrada exhibía los 24 botones de los 24 departamentos, todos con sus números, todos gastados de tantos dedos presionando por tantos años, por tantas historias desconocidas que se olvidaron. Bota el humo del cigarrillo sobre el tablero de botones y toca el número 61, lo toca con la punta del índice sin presionarlo. Imagina la voz saliendo por el citófono, preguntándole quien es, qué quiere. Ella no imagina una respuesta, ella no imagina nada porque su cabeza se llena del humo del cigarrillo sostenido entre los dedos y lo presiona fuertemente hasta que duele, hasta que la yema le arde, un sonido confuso y una voz se dispara desde el citófono, una voz áspera y estirada preguntando quien es, ella aspira fuertemente el cigarrillo, se traga el humo mientras observa al conserje que la mira de soslayo y la voz insiste, se vuelve más ronca y más dura, ella se aleja del tablero, de la voz, apaga la colilla del cigarrillo sobre el pavimento de la calle y se pone a caminar dando vueltas por las mismas calles en un día de sol. Los mismos pasos en círculos por el centro de la ciudad. |