Politeísmo contemporáneo. (Un sueño, un grito 2)
Vivimos tiempos de fe; tiempos donde el hombre necesita el apoyo de aquello que no entiende, por que ya todo se ha perdido, incluso la esperanza.
Tiempos de creer, tiempos en donde las religiones ya no presentan limites, y comienzan a yuxtaponerse sin darse la menor cuenta. El cristianismo, el judaísmo y demás religiones comparten dioses, por que ya no es uno solo; dioses materiales, solventados y producidos por las empresas tecnológicas, los medios masivos de comunicación y el consumismo social y discriminador que estos medios provocan.
Un politeísmo contemporáneo; fe, amor y creencia ciega en aparatos que, día a día, nacen, crecen, sirven un año y mueren. El ciclo de los dioses que, por suerte para los humanos, pueden palparlos, sentirlos, vivirlos, e incluso llorar con ellos. El carácter de “Dios” ya no es el del ser eterno, omnipotente; aunque sí aun el de omnipresente. Uno de los dioses adorados en estos tiempos, el televisor, es el mejor y mas capacitado para persuadirnos de consumir cosas que incluso no sabemos si necesitamos, si realmente nos servirán; pero aun así las consumimos. La publicidad, además de vender productos, vende felicidad; presenta imágenes de gente feliz, en casas o espacios anhelados, por que pareciera que así es como “ellos” son felices, y lo nuestro, además de feo, pasado de moda. La televisión (a modo de esquizofrenia) pareciera un perfecto complot. Los noticieros, luego de presentar la noticia de que una casa o algún negocio fue asaltado por ladrones, van a una tanda publicitaria, donde lo primero que aparece es la publicidad que vende alarmas, teléfonos celulares, y quizás electrodomésticos para que puedan recargar su casa desvalijada.
El televisor, además de ser un dios, es parte de la familia. No hay casa en la que este pequeño aparatillo presentador de fantásticas irrealidades no este presente; incluso en algunas casas forma parte y comparte, con el resto de la familia, la comida de todos los días, sin parar de hablar, sin dejar hablar a nadie, y los demás comiendo sin omitir una palabra; por que es el dios el que esta hablando ahora. Y quizás un día de estos, mientras estén mirándolo, decidan cambiar el televisor por uno mas grande; y lo mejor es que nuestro pequeño tele no presentará ninguna queja ante este cambio de dios, solo en tamaño, obviamente, pues lo que sale de adentro será exactamente lo mismo.
Tecnología y más tecnología, y junto con la televisión (y por ella), todos y cada uno de nuestros aparatos resultan obsoletos ante las novedades tecnológicas; y hay que salir corriendo a adquirirlas, pues, además de vender posesiones materiales, también venden de las que no se tocan, felicidad, prestigio, glamour, y quién sabe que otras mas. Las empresas y los países siguen invirtiendo millones para la nueva tecnología, y miles y miles de personas siguen padeciendo hambre, mueren de enfermedades perfectamente curables, viven debajo de los puentes, los toldos, de las calles, o incluso debajo de nada. Por que así como viven en la nada, nada es lo que tienen, y un poco mas que nada es lo que anhelan; y la televisión les muestra una realidad que quizás nunca puedan vivir; y hasta a veces no saben que ni siquiera existe.
Las redes, tecnologías, aparatos y consumidores de la comunicación universal crecen por segundos; la comunicación nos une con puntos que hasta hace no mas de 50 años solo hubiesen sido fantasías de literatos; y paradójicamente la sociedad está, día a día, mas incomunicada que nunca. Se venden teléfonos celulares por doquier; incluso en este país (Argentina) se venden tantas líneas y teléfonos que ni las mismas empresas pueden soportar; hay mas líneas telefónicas que los limites de las mismas empresas que los venden pueden solventar. Pero tiene su lado beneficioso, y es que unos pueden comunicarse a cualquier punto del planeta, con quien quiera, y si quiere lo hace caminando por la calle, esperando el colectivo o tirado en el sillón de su casa mientras navega por Internet. Incluso cuando a las empresas les parecen que ya han vendido demasiados teléfonos a las personas en edad adulta, comienzan a disparar sus publicidades a los adolescentes y preadolescentes; y al ver los cambios rotundos de las publicidades, uno creería que los publicistas se venden al mejor postor, vendiendo al mejor postor, o imponiendo a que se conviertan en el mejor postor; por que pareciera que si no se tiene un teléfono celular, uno esta fuera de este mundo y de la racionalidad humana.
Vivimos en la era visual, donde todo, absolutamente todo entra por los ojos; y así como nuestros ojos (o mejor, dicho la visión) se desarrollan, a veces resulta mas que triste cómo, en locales de la ciudad, donde antes se encontraban grandes librerías, donde poder sentarse a leer, con café en mano, uno fomentase y educase el pensamiento y el conocimiento; de un día para otro, se desvalijan sin saber cómo sucede, y se levantan allí gigantes negocios de electrodomésticos o de telefonía celular.
Todo entra por los ojos, el teléfono es estéticamente hermoso, el televisor es agradablemente nítido, los electrodomésticos, en cuanto al diseño, son novedosos; todo muy lindo, pero lo que no entra por lo ojos es la explotación y el denigramiento que sufren los esclavos (por que por los bajos bajísimos salarios que reciben a cambio, y en las condiciones en que trabajan, no pueden ser llamados de otra manera) en las fabricas de las empresas; la estética, el diseño y la nitidez, no en manos de diseñadores gráficos e industriales, sino en manos de obreros maltratados, incluyendo en este conjunto a mujeres y a niños.
Y las marcas de las empresas que fabrican dioses están en todos lados. Uno no puede sentarse a ver una película sin que en alguna escena aparezcan (de manera atrozmente explicita) algunas de las marcas que también nos persiguen en las calles, en gigantescas o no tanto publicidades que atraen por sus colores o frases que intentan ser estimulantes y perspicaces sin incluso lograrlo. Recientemente puede verse en algunas calles de alguna ciudad de Argentina, publicidades de los cigarrillos Camel, donde uno juntando sus paquetes de cigarros junta puntos y los puede cambiar por unas cuantas cosas; y la frase que acompaña esta promoción es: “Ganar depende de vos”; lo cual resulta muy obvio, pues si quieres ganar, exprímete los pulmones y el bolsillo, para canjearlos por los premios antes de que termine la promoción o el stock de ellos.
Las empresas nos venden dioses, la absurda televisión nos vende dioses, las calles mismas nos los venden; y todo esto por que somos nosotros quienes los convertimos y los tratamos como dioses. La oferta existe, por que existe la demanda; en toda la historia esto ha funcionado así; pero también se ha cambiado. El consumir debería dejar de ser consumismo; y la publicidad debería dejar de ser una imposición a carácter social de manera implícita.
El consumir aparatos que hacen nuestra vida, o nuestras actividades, mas fáciles y con mas opciones, no quiere decir que hagan nuestra felicidad, y sin darse cuenta nos convierte cada vez en seres mas ociosos y perezosos. No se dice que esta mal tenerlos; lo que si esta mal (y haciendo caso a las publicidades) es creer que se tiene la necesidad de tener esas posesiones materiales para obtener un prestigio; o que un teléfono o televisor diferente y “ultimo modelo” nos dará la felicidad que estábamos buscando. Se pierden los valores; se pierde lo hermoso de la vida; nos convertimos en seres materialistas y superfluos; donde se juzga por la ropa (la marca de ropa incluso), el teléfono, el equipamiento de la casa, el automóvil; todo lo material nos conforma y, últimamente, nos mata, nos diferencia y nos define.
Dejemos de medirnos por lo que se lleva puesto y se puede palpar; comencemos otra vez (si es que alguna vez existió) a medirnos por los valores, las ideas, las verdades, la templanza, la justicia y la moral en cada uno, esas cosas que no se tocan, pero que tan fácilmente puede verse en el prójimo, y en uno mismo si solo dejamos de ver lo que llevamos puesto, y miramos un poco para adentro de lo que realmente somos y queremos ser.
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