Cuando la vi,
colgaba de una ala,
enredada en el cable del teléfono,
sin poder comunicar su angustia.
Su cuerpo, lánguido, agotado,
rozándose contra la pared,
involuntariamente agitado
por las últimas ráfagas
de la tormenta pasada.
La cabeza gacha, dolida,
apoyándose en el ala de la que pendía.
Los ojos abiertos, mirando la nada,
que era lo que le esperaba,
pendiente como estaba
de ese cable de teléfono
que le enredó el ala,
y le cortó a sus sueños
las posibilidades que volaban.
Paloma urbana, común,
sin nombre ni marca.
Paloma de plaza, o tal vez ni eso,
o de pozo de luz de algún edificio,
que era donde la vi colgada
una mañana gris, lluviosa,
despues de una tormenta
de esas, de primavera.
Azul cualunque su cuerpo,
común, de overoll,
o de saco colegial
o de uniforme religioso,
sobre un gris gastado,
hollinado y sucio,
de suciedad urbana.
Sin un ápice de distinción,
tan común como la que mas,
una obrera del montón,
una transeúnte mas,
de las tantas que abundan
en toda zona urbana.
Alimentada con desechos,
y alguna que otra migaja de pan,
que los jubilados o alguna solterona,
aburrida de no tener a quien amar,
le desparrama en las veredas,
para que tipos como yo, puteen
y ellas puedan alimentarse.
Voladoras de terrazas ajenas,
ensuciadoras de balcones,
desplumadas por sobresaltos
del tránsito cotideano.
Perseguida por el palomo buchon,
galan de tetosterona alta,
pecho erguido y rápido trance,
cuyos gestos amorosos, breves,
compartió y comparte con otras tantas
palomas urbanas, tan grises y gastadas,
como ella, que hoy pende de un cable,
mojada y aterida, sobre la pared,
oscura, del pozo de luz, del edificio
que tiene la ventana que deja
que mis ojos descubran su triste figura
de paloma urbana.
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