Esta vez quería navegar a la deriva. Tener mi mar y mis olas, esos graznidos de los picotudos pájaros rondando cerca de mi. El faro, cuando encendiese, me iluminaría el sendero azul sobre el agua; indicaría el camino a seguir en la oscura noche para no perderme.

Así, de esta forma, iban desarrollándose mis pensamientos bajo la caliente agua de la ducha, entre un vaho muy denso y una música de fondo esperanzadora.
Debía danzar sobre su cuerpo sin apenas hacer ruido. Los dedos de las manos recorrer el sinuoso camino de pelos erizados y de piel suave, fina...encontrar las más arriesgadas partes...descubrir los tonos y modalidades para dejar huella de mi paso.

Al principio, debía besar sus revoltoso cuello portador de riquezas cercanas en forma de colores atractivos y carnosos. Acercarme a sus deleitados ojos y cerrarlos en el olvido, mientras mis disuasorios alientos, se entremezclan con los susurros de clemencia y los latidos del corazón. Bombear impulsos de amor, posar la lengua en sus mejillas y navegar en la humedad del agua marina que desprende su cuerpo. Adentrarme ciegamente en sus escondidas formas dibujadas por las olas. Saborear hasta la saciedad el olor marino iluminado por ese faro que debía encenderse muy pronto, y de esta forma, alumbrar los deseos más encarnizados para no defraudar a aquella mujer y llevarla al éxtasis como un huracán en celo.

El agua golpeaba mi cara con fuerza y el humo que desprendía se deshacía en chorros uniformes por el baño. Los sonidos chasqueantes sobre mi piel inundaban mis oídos, a la vez que llegaba una brisa estremecedora, algo que movía mis sentidos desde hacía mucho tiempo.
Su tierno y deslumbrante cuerpo apareció de pronto, la mirada de sus cariñosos ojos impactaron sobre los míos. Nada más tuve que abrazarla y atraerla hacia adentro para comenzar a navegar.
®Manuel Muñoz García-2003