Donde tu nadas, esa oscura suspensión de pestilencias y extractos pútridos... otros peces no pueden nadar. El agua hiede entre marejadas de vómito y sufusiones estercoladas... tu boca muerde la carroña descompuesta en el estanco lodo en que se agrava el vaivén tenebroso de aletas sucias y recargadas de ponzoñosa maldad; tu mirada de piraña oscura, manipuladora, mortal asesina, rescoldo del infierno, penetra en los escondrijos deleznables, en los espabilados destellos de la pureza... y entonces... jadea mortalmente herida la presa, esa que vanamente huía, anhelando escapar de tus dentelladas impiadosas... Asi tu ardid se cristaliza finalmente, sobre la débil mueca de lo que ya no será... arrojando sobre tí el odio inmenso e interminable... El odio que es y será por siempre... enteramente tuyo...