A Melina Cavalieri, y todo lo que esto significa
Usted supo muy bien cómo ser tímida, cómo sonreír adelantando la mirada o bajando cejas, cómo los labios, cómo la boca y residir así abyecta en nada y carne y seda; pero lo que nunca supo (hasta que se lo dije depués de mucho tiempo) es que esas cosas nunca deben ser mezcladas con los acuarios por que si no el asunto se vuelve un tanto peligroso y es muy probable que las realidades no lleguen a buen puerto. Claro que esa tarde usted no tuvo la culpa, el azar aquí metió la pata y es justo resaltarlo; por que usted tranquila, no tuvo nada de culpa; acaso sí y un poco, y más que nada por saber cómo ser tímida y todo eso, pero nunca por otra cosa. El azar metió la pata y eso es justo resaltarlo (repito.)
Yo no tenía la obligación de ir al Museo esa tarde, pero sin embargo fui, y usted nunca tuvo la intención (eso me habría de confesar después) de estudiar la actitud del macho en la pareja de los caballitos de mar como "anexo" de su próximo trabajo, pero bueno, las cosas son así y de pronto nos encontramos usted y yo separados por una gran pecera repleta de caballitos de mar en el corredor 15 del Museo de ciencias Naturales de la Plata. Es verdad que yo la vi primero y que si yo me hubiese ido la cosa terminaba ahí y ya no más, pero también es verdad que si Nicola cagaba no moría constipado y así no son las cosas; yo la vi primero y me quedé, del otro lado (claro) pero me quedé, usted tenía una libreta en la mano y algunas observaciones en la cabeza, pero lo que más llevaba era el color negro (sobretodo-lo-puesto, maravillosa.) Entre caballitos de mar y caballitas de mar nos mirábamos y entonces la duda en mí en ese momento (¿Me habría usted visto primero?) Así son las cosas, una lleva a la otra, la otra lleva a la una y cuando nos quisimos acordar ya estábamos hablando. Pero bueno, no nos apuremos, que si usted ahora (que por fin me ha olvidado) no se acuerda bien, yo se lo cuento. Y antes que se disipen las culpas, déjeme culpar a alguien más (usted sabe que me gusta hacerlo.) Por que otro pedazo de culpa la tuvieron los caballitos de mar, ya que no se recuerda tarde alguna en la pecera de ese acuario, de ese museo, de esa ciudad, de este planeta, que estuvieran tan quietos tan quietos como supieron estar entre usted y yo. La pecera transparente, claro. Y usted de negro, siempre tan acorde con el ambiente del museo (¿se ve? ¿se llega a ver con la libretita en la mano?). Entonces usted supo ser tímida, agachó la ceja izquierda un poco más que la derecha y entre el millón de burbujitas del acuario nos miramos por primera vez. Ya nos habíamos visto muchas veces en esos cinco minutos en los que usted se había detenido a observar cierta diferencia en la trompa del caballito de mar macho, y su forma de rascarse, pero sin duda esa única vez fue(vez) en la que desapareció todo el azul y por fin nos vimos.
Enseguida apoyé una mano en el vidrio y usted pareció molestarse; yo había pensado para mí "tranquila, no van a espantarse", y usted acaso habría pensado "No sabe este sujeto que no deben tocarse los cristales?". Pero bueno, yo estaba disculpado por que no quería tocar el cristal sino a usted, y por que precisamente no sentía que el cristal fuera un cristal sino (y más bien) la continuación de los antejos más lindos del mundo, que la miraban; aparte esa tarde no había sido mi voluntad visitar el museo si no que más bien "el azar y la falta de ganas y la soledad" (coincidiríamos más tarde.)
"Es así, me siento tan solo Melina, haga de cuenta que soy un caballito de mar que dice ser un hombre que está solo y que a la vez dice ser un caballito de mar, entonces usted me observa y todos contentos sin ese tonto cristal que nos separa doblemente, míreme bien, si se me nota la soledad hasta en la sonrisa que ahora fuerzo, (las cosas no son tan sencillas, lo sé, pero si una palabra existiera capaz de resumir cuanto yo pensé al verla entre toda esa timidez tan, tan, tan, ¿cómo decirlo? no sé, pero no importa; si existiera y fuera capaz de pronunciarla entonces nada haría falta y sería bellísimo verla sonreír y escucharla aceptar."
Y aceptó. El café estaba riquísimo y usted toda de negro parecía estar velando su mismo pasado que con tanta amabilidad dejaría atrás, pero claro, esto no me lo diría hasta después de dos meses de encontrarnos a la salida del museo y sus notas y los tigres de piedra (¿seguirán estando?)... Supongo, pero tampoco importa, usted estaba de negro y el café lleno de azúcar...
Y aceptó. Nos casamos y ese fue el primer error, fue casi como volver a la tierra, al museo, a la pecera con los caballitos de mar y usted y yo separados por ese medio... También aceptó el divorcio... Y claro, también aceptó no verme nunca más.
Como no había hijos la cosa fue relativamente fácil para usted y para mí (digamos), si no fuera por eso de que más de una vez por día yo la recuerdo con extrema exactitud y sabor a mate... Pero las cosas son así y probablemente hasta los tigres de piedra habrán cambiado; Aunque también es verdad que siempre se vuelve, queriendo o sin querer, simplemente se vuelve, y tantos caminos conducen a roma; ¡Tantas vueltas en vano dimos en la calesita que ahora mismo y tan merecidamente no podemos negarnos...! Es verdad. Y yo a veces la recuerdo, usted sabe, la costumbre o el "amor, esa extraña palabra"... Los caballitos de mar, la hora, mi cabeza... ¿puede ser?
Y usted que acepta.
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