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Ah esos crímenes tan espantosos, ese dolor, la inocencia que se me agotaba, toda se apuraba hacia su boca, cavidad deliciosa, húmeda y sombría pero a la vez tan intensa, cuando ya no significábamos nada el uno para el otro pero en un instante desprendernos era sinónimo de muerte, no éramos seres racionales, no podíamos controlar los impulsos porque dentro de ellos nosotros éramos su palpitar, la razón de su siniestro nacimiento.
Ah esos crímenes únicos, esos delitos inmensos, ese amor de ultratumba, la belleza más sombría porque estaba ausente la advertencia divina de la luz, era un alivio, era una certeza que tú y yo nunca seríamos salvados.
Cuánto valoraba nuestra oculta relación, tan prohibida, por qué aquello censurado nos es más atractivo, porque más bella es la belleza si ésta es inalcanzable. Siempre existirá en nosotros un imperativo de toda razón, el deseo, puede dominarse pero su naturaleza es la de empujarnos hacia el objetivo de nuestra obsesión. Porque el hombre ya tiene suficientes límites en su cuerpo, todo aquello que suponga superarlos es lo más próximos que estaremos nunca de ser un dios. La otra postura es la de obedecer ciegamente, en la servidumbre se llega a alcanzar para algunos el estado más alto, la recompensa se demora con frecuencia pero advierten su proximidad. Yo burlaba todo peligro, tu obedecías ciegamente su advertencia, nunca te involucrabas pero sin embargo estabas más entregada de lo que yo estaré jamás, pertenecías a algo mientras que mi actitud temeraria e infantil me llevó por todo el mundo conocido en la absoluta soledad, si no tenemos a alguien que valore nuestros logros, tarde o temprano dejamos de apreciarlos como tal. Es una verdad ineludible, todo ser humano busca contemplar su reflejo, sentir correspondencia, conocer todo lenguaje para sentir que entiende todo el significado que encierra su existencia.
Pero tú eras un corazón generoso que siempre estaba predispuesto pues con frecuencia me recordabas que si alguna vez éste se viera obligado perdería la razón de su generosidad.
Parece que al fin todos pagamos nuestras afrentas no se si por orden divina o por una recóndita justicia que subyace bajo todo en el mundo. Yo por haber elegido a otra mujer me quedé sin ella que era la verdadera, la que yo confundí, y me arrebataron su sonrisa las sombras de la soledad sonora y ya nunca más pude sino añorarla y ser muy infeliz. Quizá por eso despierto simpatías entre la gente porque me saben desdichado y no hay mejor propaganda que ser desdichado por amor.
¡Ojalá todos me odiaran y yo aún la tuviera conmigo besándola y despertando su sonrisa!
¡Ojalá él mundo no hubiera vengado su desdicha haciéndola desaparecer!
A veces sueño que está tendida sobre la cama, como aquella noche de lluvia contra los cristales como una película en blanco y negro, como aquellas que veíamos en la última fila mientras mi mano se perdía con su grito confundido entre los gritos que provocaba el suspense, pero no muere, me llama a su lado y me dice: “Ya no te quiero”.
Si ella hubiera dejado de amarme ahora yo sería igual de desdichado pero ella viajaría alegre en los tiempos y me olvidaría, y sólo la soledad me habría alcanzado a mi, con sus premonitorios pasos por el infierno.
Todo el tiempo me asalta la melancolía, el tedio y la desesperada ausencia de los fantasmas, todo el tiempo el amor madura mientras el mío se descompone irrecuperable ¡ciega injusticia!
¡No ves, OH desdichado destino, que estoy cual lúgubre Cipariso arrepentido y siempre doliente!

Texto agregado el 02-10-2006, y leído por 112 visitantes. (0 votos)


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