Era común en aquella época transfigurarse. Transformarse. Convertirse en cualquier otra cosa. Huir rápidamente de la realidad y construir otra completamente diferente a pleno gusto. Algunos elegían personajes históricos reconocidos, como el famoso conquistador galés del siglo XV, Armand O´nion o la bella actriz cinematográfica del siglo XX, Etelvina Marylline, conocida por sus entonantes maneras de seducir. Otros preferían en cambio, solo establecer lugares y tiempos y observar tímidamente los acontecimientos que habían generado. También existían los que optaban por copiar formas animales, privilegiando generalmente las aves migratorias del Hemisferio Norte o ciertos peces que eran adorados en el extremo sur de unas pequeñas islas del Océano Índico, tratando así de imitar y obtener la paz interior que, según creían, contaban estos invertebrados. Es verdad que con práctica y sabiduría, había quienes lograban ser los cielos o los mares y no sólo poder generarlos para habitarlos momentáneamente, pero lamentablemente la mayoría se conformaba tan solo con poder estar en ellos. Finalmente, como se sabe, se realizaba en una congregación minoritaria al norte de ese país llamado Ki Gundae, la conversión a piedras y minerales que efectuaban, los transportaba, según ellos creían, a una paz definitiva a través de la eterna quietud.
Cabe aclarar, que estas transformaciones no venían precedidas de ningún tipo de ritual o ceremonia. Y no eran privilegio de alguna raza o etnia. Cualquier persona lograba hacerlo en cuestión de minutos. No hablamos, ciertamente, que esta era una generación de magos o hechiceros. Absolutamente falso. No data en ninguno de los gigantescos volúmenes que consulté durante todos estos años, ni siquiera en la recopilación de enciclopedias de Historia Universal realizada por el semiólogo y teólogo alemán Hans
Sëbro, que relatan este tema actualmente, que esta civilización haya estado compuesta por superhombres. Ni que las capacidades con que contaban fueran utilizadas en infernales confrontaciones por poder político, económico o territorial. Es cierto que las había, pero para ellas, increíblemente olvidaban que poseían estos privilegios y optaban por luchas explícitamente más terrenales y mucho menos sofisticadas.
Según un pequeño escrito (que por el relato de mi abuelo podría haber sido redactado por su tatarabuelo, transcribiendo unos antiguos capítulos de ciertos documentos biográficos de cierto nieto de algún sobreviviente de aquellos años, que por lo que pudo deducirse era llamado LordpeterS)), esta gente no solo no abusaba de sus maravillosas facultades, sino que hasta fue derivando en un acto casi intimista, por no decir absolutamente íntimo. De unos lejanos comienzos, donde las comunidades celebraban grandes festividades compartiendo, descubriendo y demostrando alegremente sus hazañas, se fue, lenta pero infructuosamente, diluyendo hasta solo ser comentadas, tal vez, con algún familiar o amigo. Este huraño comportamiento pudo haber sido influenciado, o haber sido detonado, primeramente, por una dinastía centenaria de gobernantes, soberanos, quizás, quienes, amparados por el poder divino que ostentaban, observaban y sentenciaban qué transformaciones eran correctas a los ojos de sus dioses y cuáles indefectiblemente, serían devoradas en las profundidades de los diez infiernos, posteriormente, claro, a ser ejecutados públicamente sus autores como escarmiento aleccionador y correctivo. Luego de estos hechos, las conversiones fueron mutando. Además de hacerse cada vez mas solitarias, comenzó a ocurrir un fenómeno extraño. Ninguna persona lograba notar cuando algún compañero estaba atravesando por procesos transfiguratorios. Esto acarreaba ciertos
inconvenientes. Anteriormente, al percibir los cambios de sus pares, no los molestaban hasta el final del trance. Estas modificaciones influyeron sensiblemente en los procesos transformatorios y principalmente en sus epílogos, que fueron casi siempre truncados artificialmente. Es importante notar que el ciclo era, por sobre todas las cosas, libre e independiente. Podía empezar en cualquier momento o lugar, sin importar las circunstancias. De pie, arrodillado, incluso en sueños. Y para lograr exitosamente su objetivo, era absolutamente recomendable que finalizara por propia voluntad, sin interrupciones. Cosa que fue degradándose poco a poco debido a la ceguera de sus congéneres, quienes incluso utilizaban sus poderes en otro momento o lugar y eran interrumpidos a su vez por otros. –Gonzáááááleeeez!!!!!!!
Tristemente añoro aunque sea una única vez contar con estos poderes perdidos en las nebulosas del tiempo, aunque solo sea para transfigurar mi realidad en la de aquellos años y observar tan intempestivos movimientos que... - Gonzáááááleeeez!!!!!!!.
- Gonzáááááleeeez!!!!!!!
- Gonzáááááleeeez!!!!!!! Ya terminó el informe que le pedí?
FIN |