Es el sabor de la escarcha el que me desconcierta.
Es el color de tus pasos en calles dormidas,
Las luces fluorescentes, las tardes en penumbra de ascensores.
Es el crujir de vasos rotos a mis pies,
Los bolsillos vacíos de ti,
Cajones y astrolabios.
Heridos los párpados,
Gritan los huecos de la escaleras.
Son palabras opacas, mugre de autobuses.
Pelean los átomos de cada escama,
Por encontrar respuesta en todas las aceras.
Se escucha un eco, desnudo y aterrado,
Todas las gargantas se retuercen.
Suerte de partir en medio de la noche,
Para no ver a través de los crisoles,
La pantomima de los mutilados,
El deambular fúnebre de las pasiones y las pieles.
Suerte de volver la vista atrás
Y encontrar solo ruina de hospitales,
Venganza de astilleros, bruma en las pestañas.
Aquí te dejo marchar, y ser fragmentos.
Navegar por los oscuros rincones de la ausencia,
Donde una y mil veces tendimos emboscadas.
Así que ahora no digas que la vida es tuya,
Si no eres capaz de describir las sombras,
El anverso de las manos que te pueblan y te ansían.
Si todavía, reina de las nieves,
No alcanzaste a ser sangre y neuronas,
Ojos de acróbata y noches perdidas.
Todo en tí es puro juego de máscaras que gimen.
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