Todavía oscurecido, el ruido de golpes irrumpe mi sueño, irremediablemente se que empieza otro día.
Como todas las mañanas (de semana laboral), mi primera acción es preparar café. Nadie me preguntó si quería este trabajo. No es decoroso, no me gusta el café, es amargo y el agua está caliente. No sé que le pasa a este tipo, tomarme de sorpresa así como así y sumergirme en esa sustancia que le quita el sueño, debe estar loco.
Anoche la fiesta fue buena, había mujeres y vino, ni siquiera fui invitada, pero soy yo quien paga por las secuelas del sueño.
Todos los días es lo mismo, llevo una vida tan monótona, se levanta y yo indiscutiblemente preparo café porque el tiene que trabajar y supuestamente “despertar” con esa sustancia. Pero la culpa no es de él, sino de la publicidad y sus efectos subliminales. En la televisión, todo se ve tan sencillo. Pero para mí, el café soluble es lo peor que pudieron inventar , tan exquisito sabor que tiene el café de grano. Pero en estos tiempos todo la gente tiene prisa, no pierden el tiempo preparando café, así que mejor calentamos el agua en una vasija, o porque no, en un horno de microondas, (otro invento para la gente que vive rápido y muere joven) y después el agua viaja a una taza, café, azúcar y crema, (él lo prefiere con leche), lo único que importa es disfrazar el sabor amargo del café, los vaivenes habituales de esa vida solitaria.
Terminó esta faena tal vez a la tarde o en la noche vuelva a realizar la única acción que realiza, preparar café, si existieran los sindicatos para nostras, ya me hubiese puesto en huelga, pero no tengo voz ni cuento en este patético mundo; a mi nadie me pregunta nada, solo soy una cuchara...
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