“Nunca más llegaré tarde.”
Él está en el coche, como cada día a estas horas de la noche. Su hija está preocupada: “Papá no llega todavía. Cuándo dejará de llegar tarde, mami”. “No te preocupes, mi vida”, la tranquiliza su mujer mientras la inquietud la devora por dentro: “¿A qué hora llegará hoy, dios mío?”.
“Tengo que dejar esto”. Se lo ha prometido tantas veces... a su mujer, a su hija, a él mismo.
La noche, los días de lluvia, ... Hoy, para colmo, la niebla y la carretera, negra, un túnel con apenas una luz al fondo.
“Mamá, ¿terminará dejándolo papá?”. “Claro, cariño, nos lo ha prometido. Ya verás como hoy es el último día que llega tarde”
El coche está apartado, en la cuneta, y él está dentro.
Las manos se le van deslizando sobre el volante, los ojos se le van cayendo y la carretera está cada vez más oscura. Ya sólo parece haber una luz al fondo...Y la niebla, de nuevo la niebla que le resbala húmeda por su cara dejándole una suave sonrisa un poco boba.
Los remordimientos, mientras, le vuelven a traer las voces de su hija y de su mujer: “Papá, por favor”. “No lo aguanto más, cariño”.
Él está apartado, en la cuneta, dentro del coche.
Y envueltas por la niebla en medio de la oscuridad de esta noche empiezan a pasarle, desordenadas, algunas imágenes que lo inquietan: “¡Ay!, si es mi bici, mi Orbea, mis reyes, mis primeros reyes. Sí, soy yo, ése soy yo con mi bici.”
“Por qué veo estas cosas, dios mío, estoy delirando”.
La noche, la niebla, la luz, la luz del fondo.
Las voces de su mujer y de su hija se mezclan confusamente en su cabeza con la suya propia prometiéndoles no volver a irse, no regresar nunca más tan tarde. Y, hoy, estas imágenes. ¡Pero qué son estas imágenes!
“¿Eres tú?. ¡Sí, eres tú!. ¡Eres tú, mi vida!. Es el día de tu nacimiento. Sí, fue así, así te vi salir: -La coronilla, mire, ésa es la cabecita de su hija -me dijo el médico. Y el calor de tu cuerpo desnudo, recién nacido, en mi pecho.”
Ahora, como si comprendiera, la humedad que se cuela por la ventanilla bajada del coche se le va concentrando en los ojos, que confunden la negra noche y la luz del fondo de ese túnel, cada vez más cercana, con una nueva imagen, otro pasaje de su vida que ya no parece intranquilizarlo, que ya sabe por qué ve, por qué viene hoy, precisamente en este momento, a visitarlo.
“Ahora creo que vamos con tu prima. ¡Pero si casi somos unos niños!. Sí, es el coche de tu prima, claro, ya me acuerdo de aquel día. Tu pecho, aún ahora lo siento en mi mano, creo que no he dejado de sentirlo desde aquel momento. Tu pecho redondo, redondo y suave, tu pecho blando y tan blanco. El calor de tu pecho, tu pecho cálido, sí es tu pecho, dentro de aquella camisa de rayas lilas desabotonada. Sí es el coche de tu prima, no lo he olvidado, cómo se puede olvidar la primera vez.”
Y con el pecho de su mujer vivo en la mano, ésta continúa resbalando por el volante.
“Cariño, déjalo ya, por favor. ¡Cuántas noches más!. ¡Cuántas esperas!. ¡Cuánta angustia más!”
“No te preocupes, hoy será la última, la última vez, te lo aseguro. Lo dejaré todo.”
Sí, hoy será la última vez. Hoy se acabará todo. Todo se está acabando ya. Todo.
Y la niebla se confunde con la luz del fondo, del final de la carretera, del túnel, del fin.
Entonces, una última sonrisa, un último golpe de tos, una última luz que se confunde con las caras congeladas, en sus ojos escarchados, de su mujer y de su hija, un último latido, violento.
Y la mano, que sigue resbalando, que sigue cayendo del volante hasta colgar inerte junto a una pierna, una cualquiera, qué más da ya. Y una gota, quizás una última gota de sangre que recorre despacio su brazo haciendo un camino delgado y lento, un camino tortuoso que parece querer alcanzarle la mano, su mano, ésa que acarició por primera vez a su hija, ésa que acarició el pecho de su mujer, que existió un día sólo para ella. La gota que parece querer alcanzarle la mano desde la jeringuilla y que un poco antes de llegar a la muñeca, al pulso, se para.
Jesús.
Enero de 2004.
Autor: Jesús Mejías Estepa.
Correo electrónico: jmeemj@terra.es
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