No alcanzas a imaginar cuanto miedo tuve a medida que se acercaba el día de la despedida. Habían sido arduas horas de trabajo y años de aprendizaje, de conocernos, tiempo en que ambos dejamos de ser maestro y aprendiz para comenzar a entrelazar los lazos de algo más personal.
Los días pasaban con una rapidez inclemente, tan violentos que el tiempo junto a ti se me consumía en una sola bocanada de nuestras entretenidas charlas, de esas charlas que me descubrieron el hombre que eres y que aprendí a admirar y querer sin proponérmelo.
La hora llegó pensando que sería un adiós definitivo, (más no lo quería, no me parecía justo), yo sintiendo así, tanto cariño para tener que decir adiós. El corazón lo tenía todo encogido de la pena de la que no me deje vencer, pues pensaba que no!!, que aquello no tendría que ser el final, porque para mi había tanto, había todo, que era imposible romper lazos así de fácil.
Entonces al momento de mirarnos para despedirnos, sólo te dije aquello que sentía, con la timidez de la niña que viste convertirse en mujer ante tus ojos y así, con la madures que me otorgaba mi nueva condición, resolví que te quise y tanto te quiero, que no te iras de mi vida si tu así lo quieres.
Han pasado más de tres años desde aquel día y seguimos así, igual hablándonos sin hablar, siendo nuestros ojos los únicos protagonistas y testigos de lo queremos decir y no lo hacemos. ¿Cuánto tiempo más? no lo sé, pero bienvenido sea mientras sigamos construyendo algo que valga la pena.
joysma
29/09/2006 |