Tantas veces sentí impotencia, que llegué a creerme que jamás seria nada.
Mis letras se volvieron cada día más oscuras y mi alma se convirtió en una pesada carga,
Me dolían los ojos, los brazos y las piernas,
No podía gritar por miedo a perder la razón.
No podía gritar por miedo a no seguir ahogándome.
Que triste era todo, que ridícula la existencia hoy en día.
Cerré los ojos recordando el olor de la calle mientras mi abuelo me pelaba una granada.
Recordando, una lágrima surco mi mejilla, como necesitaba recobrar esos aromas olvidados que con el paso del tiempo quedaron dentro de mí.
De niño me pregunté mil veces de que color era el viento y con el paso de los años me respondí a mi mismo, que el viento era del color de los sueños, unas veces blanco y negro y otras de mil colores.
La vida era así, un cúmulo de recuerdos que no dejaban disfrutar el presente hasta que pasara el segundo que vivíamos.
La existencia era demasiado abrupta para felicitarse por ella.