DIEZ
Como ahora, por ejemplo, diez y media de la noche, recién llegando de la universidad, comiendo lo que quedó del charquicán que almorzamos juntos ayer, sólo ayer, y parece que hubiera sido hace diez días, pero el charquicán aún se deja comer , y en él, parece chiste pero es así, en él yo siento el sabor de tu amor, Antonia, porque el amor no es sólo el claro de luna y la puesta de sol, también puede ser el charquicán que trasladaste en el metro y en la micro desde tu casa hasta la estación Pajaritos, donde yo te esperaba para traerte a Viña a pasar un día de amor, y luego, en la noche, devolverte a Santiago, el momento más duro, dejarte en tu casa, luego de tantos momentos dulces, pues así es nuestro amor, así deben ser todos los amores de la tierra: dulzura y tristeza, un permanente contrapunto de penas y alegrías, en este momento echándote de menos, preguntándome a qué hora recibiré tu llamada de la noche, sintiendo que el tiempo pasa y la angustia aumenta, para luego sentirme invadido por la alegría de escuchar el ring del teléfono, con su tono particular que me indica que eres tú la que llama y no otra persona, ah, las maravillas de la técnica, a veces me pregunto cómo podían desenvolverse los amores a distancia y, además, secretos, sin esas maravillas, y a veces también esos tormentos, que son el teléfono móvil y el correo electrónico, sólo piensa, Antonia, en cómo cambió lo nuestro cuando por fin tuviste un celular, y conste que no soy un fanático de la técnica ni de la electrónica, pero sin ella, no sé, a lo mejor nada podría haberse concretado entre nosotros, a lo mejor me equivoco, también pienso en esos secretos amores de que hablan los trovadores, allá por el siglo XIII, en que el único modo que tenían para comunicarse los amantes secretos era a través de los recados que se enviaban con ayas y sirvientas, también, hay que decirlo, todo nuestro secreto, o, si tú lo prefieres, nuestra silenciosa verdad, se derrumbó el año pasado cuando Alfonso leyó nuestros correos, todavía me causa una ingrata sensación recordarlo, pensar en tanta fantasía expuesta a la lectura nada menos que de tu marido, a quién, evidentemente, no le podían causar ninguna gracia las historias que yo te inventaba, tanto personaje, el chofer, el arquitecto cesante, el dueño de la agencia, el Oscár, el Altazor, la agencia de viajes “Magic Carpet”, luego llamada “El Chamanto Proletario”, el alemán, que ya no me acuerdo cómo se llamaba, ah, sí, el Oberst, pero con esos correos yo viajé hasta Canadá para acompañarte en tu viaje de junio del año pasado, también para no sentirme tan solo, era la primera vez que nos separábamos por tantos días, en realidad no fueron tantos, algo así como tres semanas, pero imagínate cómo fue ya en esa época, en la que aún nos veíamos con menos frecuencia que ahora, no quiero ni pensar cómo sería ahora, si tú viajaras por tres semanas, cuando en unos pocos días más te irás a Nueva York, y no te veré ni te escucharé por tres días, y no quiero pensar en esos tres días, como tampoco quiero pensar en las próximas fiestas de navidad y año nuevo, aún recuerdo las pasadas, en medio de la tormenta silenciosa de mi separación, la navidad ya con la verdad como plato de fondo, la cena de año nuevo llena de suspicacias y resentimientos, que terminaron por hacerme salir de la casa, y esta vez en forma definitiva, media hora después de las doce, rumbo a ninguna parte, pues la rabia se extendió hasta la Quenita, mi madre, y terminé durmiendo en el sofá de la oficina, todo ese día primero de enero encerrado como león enjaulado en la oficina, sin atreverme y sin querer llamar a nadie, por el orgullo de no darle lástima a nadie, sólo esperando tu llamado, que tampoco podría ser temprano, todavía ustedes no se habían separado, aún cuando ya existía no sólo la sospecha, sino la certeza, Alfonso ya lo sabía desde hacía ya seis meses, pero ustedes habían pasado unas navidades normales, yo también, bueno, más o menos, pero ese año nuevo creo que fue el peor día de mi vida, y no podía contar con nadie, ni un amigo, todos con sus propios cuentos familiares, todos durmiendo y seguramente con los teléfonos apagados, y tú tan lejos, y tan incomunicados, de todas maneras tú apareciste, a alguna hora, ya no recuerdo, pero nada podías hacer, y luego de eso vinieron casi tres semanas de vivir allegado donde mi madre, luego de pactar una tregua, que poco a poco se fue convirtiendo en un pacto de no agresión, primero, y luego en la normal convivencia de una madre viuda con su hijo mayor separado, hasta el día de hoy almuerzo regularmente con ella, la separación ya no es motivo de discusiones, y “la Antonia” es alguien familiar en nuestras conversaciones, ya eres parte de mi vida para ella, aceptada y, más que eso, apreciada, desde que te conoció, aunque ya antes de eso tenía una buena predisposición, no sabes lo que fue para mí que la Quenita te conociera, piensa que ella y mi hermano son mis únicos familiares directos, aparte de mis hijos, pero eso es otro cuento, tal vez más difícil, está por verse, aún debe pasar algún tiempo, creo, y mejor no precipitar nada innecesariamente ¿no crees?, tal como yo he conocido a tu hija, la Sofía, pero no pareciera ser aún el momento para conocer a tu Francisco o a tu papá, no sé, a uno le parecen tan fáciles las cosas, pero no lo son, no son “los niños”, como un paquete, cada uno es un mundo distinto, y no cabe duda que para todos, para los tuyos y para los míos, siete cabros, desde los casi veintidós años del Cucho hasta los doce años de la Sofía y de la Rosario, seguramente no ha sido fácil, ver como su mundo de seguridades y estabilidad se revelaba de un día para otro como ni tan estable ni tan seguro, los papás yéndose de la casa para no volver, en mi caso después de tener que confesarme con ellos, y pedirles perdón por culpas o circunstancias tanto propias como de pareja, que yo asumí sin discutir nada, para no precipitar un conflicto con la Rosario mamá, que vigilaba cada palabra que yo decía, presta a saltar sobre mí en cuanto yo intentara compartir cualquier responsabilidad con ella, no lo hice, y me comí toda la culpa, y recibí luego el perdón de mis hijos, o más bien, su comprensión, “nada tenemos que perdonarte, papá, son cosas que pasan en la vida, has sido un buen papá”, claro, eso en ese momento, pues las consecuencias son imposibles de predecir en el corto plazo, y sólo empiezan a advertirse después, aunque yo pueda sentir que no es todo mi culpa, que hay otros factores causantes del insomnio y el estrés del Cucho, que lo han llevado a congelar dos semestres sucesivos en la universidad, la desorientación de Francisco, que empezó estudiando psicología para luego darse cuenta que lo que quería era ser arquitecto, y sus neuras estomacales, siempre las tuvo, es verdad, pero ahora con especial intensidad, el mutismo de Tomás, normal tal vez, por sus quince años, la edad en que los cabros se van para adentro, el mal comportamiento escolar de la Rosarito, su mamá que me dice que ya no puede con ella, pero hacía ya años que yo venía diciendo que tenía que educarla, ella también, especialmente porque entre madre e hija debiera, creo, haber una relación especial, más cercana, en fin, no importa si dije tantas cosas antes, mucho antes, porque de cualquier forma no dejaré de sentirme un poco culpable por todo, y conste que te digo “un poco”, porque si yo sintiera que soy el único culpable de las cosas que le pasan a los niños no podría estar en paz conmigo mismo, tú lo sabes, porque aunque no me lo digas yo sé que tú te tienes que haber preguntado por las consecuencias de nuestro amor en tus hijos, y más aún, pienso que si por un momento te hubieras sentido como la única culpable de cualquier consecuencia negativa de tu separación en ellos, habrías optado por sacrificar tu felicidad ante la de tus hijos, pero, afortunadamente, Daniel parece que por fin encontró su rumbo en Canadá, en su carrera de piloto, y te ha dado grandes satisfacciones en los últimos tiempos, después de mucho tiempo que sufriste por él, yo recuerdo, en nuestros primeros meses, y yo sentía que algo como lo que por entonces le pasaba podía significar el fin de todo sueño compartido, de toda ilusión de futuro, pero salió adelante, y ahora sólo te da alegrías, a pesar de tenerlo lejos, al menos estás más tranquila porque está con Alfonso, ambos cuidándose mutuamente, no creas que no me preocupo también por Alfonso, pensando que si él no está bien tú tampoco lo estás, te preocupas por Daniel, viviendo con su padre allá en Vancouver, compartiendo ambos, seguramente, la nostalgia por el hogar, por la familia, no debería decirte estas cosas, Antonia, por qué tendría yo que preocuparme por Alfonso, al fin y al cabo es un hombre hecho y derecho, quién sabe si hasta más que yo, con mayor experiencia de vida, con más mundo, si su matrimonio fracasó no es responsabilidad mía, yo sólo respondo por lo mío, él debería asumir lo sucedido, hacerse cargo de sus deberes de padre de unos hijos que siguen siendo suyos, en fin, qué tengo que pensar en él, pero no puedo evitarlo, y me traicionaría a mí mismo si actuara o sintiera de otra forma, a veces pienso si tú no sentirás que yo me involucro más de lo prudente en un ámbito que no es el mío, que debiera estar fuera de los límites de mi preocupación por ti, pero no sé si en ello puedan establecerse límites, nada de lo tuyo me es ajeno, así como yo quisiera que tú sintieras que todo lo que a mí me concierne es también territorio tuyo, no tengo nada que temer de ti en ese aspecto, sé de tu prudencia y de tu tacto, de la buena disposición y el respeto que guardas hacia todo lo mío, incluso en aquellos aspectos que te pudieran resultar ingratos, aún me pregunto qué habrás sentido la primera vez que supiste que yo había pertenecido a Patria y Libertad, aún cuando en ese tiempo yo era prácticamente un completo desconocido para ti, pero al menos habías leído el cuento, a lo mejor ya habías sospechado algo al leerlo, algo se decía allí, pero podría haber sido sólo literatura, en algún momento alguien te tiene que haber dicho algo ¿o no?, ¿o llegaste por fin a mí ignorando mis pecados originales?, no lo tengo claro aún, pero en algún momento, definitivamente, tú te enteraste que yo era un facho de lo peor, más aún, el único auténtico militante de Patria y Libertad que hubo en nuestra escuela, me gustaría saber qué habrás pensado, o dicho, o sentido, en ese momento, yo, al menos, siempre tuve la ventaja sobre ti de saber que eras del MIR, desde el primer día que te ví, y aún así, “a pesar de eso” tú dirías que yo digo, aún así, y no era broma en esos años 70, desde entonces te amé, tan de lejos como podía haber amado un facho de Patria y Libertad a una bella mirista, mayor que él, por añadidura, inalcanzable, el símbolo mismo de lo imposible, no hubo nunca choque entre mi condición y mi amor, total, no podía hacerme ilusiones ni siquiera de que me miraras, de que te dieras cuenta de mi existencia, mejor que en esos años no hayas sabido de mí, imáginate, en esos años llenos de blancos y negros, o, mejor dicho, de rojos y negros, menos mal que no supiste de mí, pues se te podrían haber creado anticuerpos que después habría sido muy difícil eliminar, aunque se hayan esfumado tantos años sin que nos encontráramos, al menos esos años, los 70, no eran los más adecuados para encontrarnos, o, al menos, para que tú me encontraras, porque yo sí te había encontrado, y ya nunca más te perdería, y a partir del 73 empezaríamos el largo camino en direcciones opuestas que nos alejaría tanto como pueden estar lejos dos seres humanos que no se conocen, que hacen sus vidas por caminos divergentes, en mundos divergentes, pero que terminarían por encontrarse veinticinco años después, sólo podía unirme a ti el recuerdo, y eso me mantuvo, de cualquier manera, con toda la precariedad del recuerdo, cerca de ti, nunca se cortó ese hilo que a ti me amarraba, pero que no te ataba a mí, y, aunque en ese cuarto de siglo tú y yo hicimos dos vidas tan distintas, a pesar de eso el hilo no se cortó, y, cuando supe que habías vuelto, algo como un agua tibia y dulce corrió dentro de mí, y ya nunca dejó de correr.
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