Maika todas las noches tenía el mismo sueño: un gran oso blanco la iba a visitar a su habitación, se quedaba a los pies de la cama, ella estaba enferma, pálida, sin ganas de nada, triste, tenía tan solo cinco años y era como una pequeña princesita en un bosque oscuro y solitario. El oso la miraba y le hablaba, le contaba cuentos sobre príncipes y princesas, ellos eran muy pequeños, eran duendes del amor y de la infancia. Estaba con ella durante varias horas y cuando Maika dormía el oso blanco desaparecía. Maika no le tenía miedo, al contrario cada día lo quería más, era el único ser que la visitaba, le contaba cuentos.
Maika, estaba enferma, su enfermedad era la soledad, la incomprensión y el egoísmo de unos padres que por querer vivir mejor, por querer hacer su vida, rompieron con la ilusión de los niños, ver a sus padres unidos, amándose, compartiendo la ternura y el amor de sus hijos. Ella aunque muy pequeña, sabía que algo pasaba, que nada volvería a ser igual, por eso invento un personaje que jamás la dejaría, que jamás la abandonaría, ese era Splas como le llamaba. Los cuentos le sirvieron para olvidarse completamente de la soledad que sentía, ese vacío y ese sentirse abandonada por las personas que ella más quería. Suplió el amor que quería recibir por el de un ser ficticio que cada día la visitaba y le contaba esos cuentos de princesas, príncipes, castillos encantados que siempre tienen un final feliz, ese final que esperan todos los niños que les falta algo, lo más importante…el amor de unos padres que se quieren.
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