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Prólogo

Los lingüistas nos enseñan que las circunstancias que rodean al lenguaje pueden afectar al significado del mensaje transmitido. En algunos casos, una misma palabra puede ser percibida de forma radicalmente diferente dependiendo del contexto en el que se emite y de la personalidad del emisor. A modo de ejemplo, en casi cualquier circunstancia, si alguien nos llamase “cabrón”, tendríamos el perfecto derecho a sentirnos ofendidos, y nos veríamos poco menos que obligados a retarle en duelo. Sin embargo, si ese alguien es un buen amigo, y lo hace además en tono de broma, puede que incluso nos agrade, y no consideremos dicha palabra un insulto, sino una muestra de camaradería (verbigracia: “¡qué cabrón estás hecho!, ¡mira que es difícil quedar contigo para tomar unas copas!“).

En general, no obstante, dichas circunstancias no son tan importantes, y las palabras significan lo que significan. Por muy allegado que seamos de alguien, es seguro que no le gustará que le llamemos estúpido, y por muy distanciado que estemos de él, es más que probable que le satisfaga oír nuestras alabanzas sobre lo guapo, lo listo y lo bueno que es (estas dos últimas características, en todo caso, han de ir juntas, ya que, si únicamente decimos de él que es listo, quizá malinterprete que le consideramos un aprovechado, y si únicamente decimos de él que es bueno, quizá malinterprete que le consideramos un tonto).

Discrepo, pues, de Lewis Carroll cuando afirmaba aquello de que “las palabras tienen dueño”, si es que con ello quería dar a entender que cada cual puede darle a sus palabras el significado que le plazca. Ahora bien, lo que sí es cierto es que el idioma no es algo abstracto ni que venga regulado por ningún organismo oficial, sino que lo crea la gente mediante su utilización diaria en calles, plazas y mercados. El pueblo es el verdadero dueño de las palabras. Es él quien, con su uso cotidiano, privilegia determinadas acepciones en detrimento de otras, e incluso quien inventa vocablos que posteriormente se recogerán en los diccionarios de las distintas Academias. A la lengua se le puede aplicar aquello que dijo Manuel Machado respecto de las coplas: «hasta que el pueblo las canta, las coplas, coplas no son, y cuando las canta el pueblo, ya nadie sabe el autor».

Si dicen que como muestra vale un botón, yo aportaré no uno, sino dos botones. El primero: el uso de la lengua ha impuesto que la palabra “simple” tenga en España una connotación negativa (un hombre simple vendría a ser un hombre atontolinado), al contrario de lo que pasa con la palabra “sencillo”, que tiene una connotación positiva (un hombre sencillo vendría a ser un hombre de trato cordial). El segundo botón: las palabras “soportar” y “resistir” son sinónimas y, por tanto, también deberían serlo las palabras “insoportable” e “irresistible”. Sin embargo, nuevamente y por el mismo motivo, estas palabras tienen connotaciones muy distintas (en España, no sé si también allende los mares): negativa la primera (un hombre insoportable vendría a ser un hombre muy pesado) y positiva la segunda (un hombre irresistible vendría a ser un hombre muy atractivo).

La india Catalina

Cuando las tropas españolas, bajo el mando de Pedro de Heredia, derrotaron a los pueblos indígenas locales y fundaron en el Nuevo Mundo la ciudad de Cartagena de Indias, contaron con la valiosa ayuda de una intérprete nativa, previamente raptada y conocida como “india Catalina”. Todavía hoy se desconoce cual era su nombre anterior. Al cambiárselo, en cualquier caso, los españoles intentaron integrarla a una nueva cultura (la occidental) y a una nueva religión (la cristiana). Como hemos visto, la sociedad es la creadora de la lengua y, por tanto, nada más lógico para integrar socialmente a alguien (a nivel simbólico, al menos) que cambiarle el nombre. El cambio nominativo está inseparablemente unido a un cambio en el sistema de valores y creencias. Recordemos el famoso libro “Raíces”, en el que se narra como un esclavo de raza negra lucha contra viento y marea por conservar su auténtico nombre africano (Kunta Kinte) y rechaza el impuesto por sus amos (Toby).

Volviendo a nuestra joven intérprete, observemos que Catalina conservó, adherido al nuevo nombre y como si de un estigma se tratara, una mención a su condición indígena. Su grado de integración en la sociedad española no fue, por tanto, tan alto como hubiera sido deseable. Como dijo Orwell, “todos somos iguales, pero unos más iguales que otros”. En este caso, “todos somos cristianos, pero unos más cristianos que otros”. Unos, cristianos viejos, y otros, meros conversos.

Actualmente, un prestigioso festival cinematográfico, una plaza principal de la ciudad y un hotel de Cartagena de Indias llevan el nombre de “India Catalina”. En este hotel estuve hospedado en el verano de 2006.

La venganza

Una mañana, a la hora del desayuno, coincidí en el comedor del hotel, en contra de la tónica habitual, que era no coincidir con nadie, o, si acaso, hacerlo con uno de esos turistas petulantes y estirados que parecen recién salidos de una película de Visconti, con un italiano amable y dicharachero: Giorgio. Su profesión, psiquiatra, dio pié a que habláramos de la excelente película italiana “La mejor juventud”, en la que se narra la historia de Italia durante los últimos treinta años, y cuyo protagonista también es psiquiatra. Una vez derivada la conversación hacia el mundo del cine, repasamos exhaustivamente nuestras listas de películas favoritas, y terminamos quejándonos amargamente del enorme desconocimiento de los europeos en relación con las cinematografías de los países europeos distintos del nuestro.

En algún momento, antes de despedirnos, volvimos sobre el asunto de su profesión y le pregunté, intentando aparentar más conocimiento del que en realidad tenía, si él era partidario de la terapia conductista. Esta terapia, tal como yo la entiendo (que me perdonen los lectores que saben de la materia si digo algún disparate) tiene bastante que ver con el conocido pensamiento de Pascal: “actúa como piensas o acabarás pensando como actúas”. Consiste en que los pacientes con razonamientos enfermizos adquieran los hábitos y las prácticas de la gente normal, para que, a fuerza de actuar normalmente, terminen también por pensar normalmente. Su respuesta fue negativa: él no era conductista. Su particular método terapéutico partía de la consideración de que tanto el psiquiatra como el paciente son seres humanos con idénticas dignidad y valía. Lo fundamental es que el psiquiatra sea lo más comprensivo posible con el paciente, casi hasta ponerse en su piel, y que mantenga con él una relación de afecto, en lugar de la, tan nociva como habitual, relación jerárquica. Eso decía.

Esa misma noche…….¿cómo lo diré?. Hay una novela de José Manuel Caballero Bonald titulada “Toda la noche oyeron pasar pájaros”. Pues bien, yo oí pasar italianos toda la noche. Giorgio, desafortunadamente, no había ido solo, sino con numerosos colegas, a cual más juerguista. No sólo les oí pasar toda la noche, también les oí hablar, gritar, correr y reír. Apenas pegué ojo. Al día siguiente, a pesar de mis más que justificadas quejas, que había dirigido tanto a la dirección del hotel como a los propios alborotadores, se repitió la misma película nocturna. Al parecer, las teorías humanistas y comprensivas de Giorgio no eran compartidas por todo el grupo. O quizá se reservaban su aplicación para los pacientes.

Dicen que la venganza es un plato que se toma frío, pero yo lo tomé caliente y me supo riquísimo.

Como iba a pasar el día entero en las islas del Rosario, a las siete de la mañana ya estaba en pié tras esa segunda noche toledana. Me levanté e inmediatamente sintonicé un canal de televisión de música pop. Acto seguido, puse el volumen al máximo. Todo el hotel retumbó. Pobres italianos……, apenas hacía una o dos horas que se habían acostado. Ese día bajó algún escaño la opinión que tenía de mí mismo: no por haberles dado a probar de su propia medicina a los psiquiatras parranderos, sino por no haber tenido en cuenta el malestar que, sin duda, ocasioné a otros clientes del hotel. Si nos atenemos a la conocida máxima de Kant: “actúa como si tu acción pudiera convertirse en una norma de comportamiento universal”, hay que reconocer que mi actuación fue harto criticable……, pero, lo que es a gusto, me quedé un rato a gusto.

Epílogo

Me informé de que los trasnochadores transalpinos iban a estar aún unos días más en el hotel, y decidí buscar nuevos aires (era ellos o yo). A tal efecto, me dirigía a la Oficina de Turismo, y, mira tú por donde, me di de bruces ....., ¿con quien creéis?. Efectivamente, con el bueno de Giorgio. Me preguntó que qué hacía allí y se lo conté. No pareció darse por aludido. Tras una breve conversación amistosa, nos dimos la mano y nos deseamos suerte…….lo que es la buena educación.

Texto agregado el 29-09-2006, y leído por 1380 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
04-03-2010 Un gusto leer esto, es como tener una buena conversación de sobremesa. galadrielle
24-10-2006 Excelente excrito, tiene de todo y todo bueno, es entretenido y con una prosa amena. Me gustó mucho leerte. Besos y estrellas. Magda Gmmagdalena
11-10-2006 Sabroso, muy sabroso este cocktail cultural, amigo Sespir. Admiración que fluye desde este lado del Atlántico. lbm
05-10-2006 Muy muy bueno. sinopsis
30-09-2006 Muy bueno Sespir, tiene de todo cultura, humor, historia, me ha gustado mucho leerlo. Expones todo muy bien y con toda propiedad. Que pensarìa de "la Venganza de Sespir" la buenaIndia Catalina? (buena o mala segùn se vea) besos. tigrilla
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