Pegaso:
El caballo salió despavorido al oir la noticia de su muerte, no por susto, que de eso sabía muy bien, sino porque la atrocidad de ser ejecutado horriblemente le había hecho pensar que no merecía tal muerte.
Surcó los cielos azules en busca de ayuda. Cruzó montañas y valles hasta que al fin encontró un reino, justo en las praderas de un descampado. Desde lo alto vio el castillo y un hermoso jardín. descendió con cautela pues no deseaba ser visto por nadie, excepto por el rey. Tuvo suerte, el monarca yacía allí tomando el fresco de la noche y relajándose con el aroma de las flores. Cuando su majestad lo vio, sintió miedo, quizo escapar pero algo lo detuvo, quizás su curiosidad. Pegaso, dejó caer las alas y con una reverencia se inclinó hasta casi tocar el suelo, Su majestad, dijo, vengo a pedir vuestra ayuda. Mañana moriré a manos de su primer ministro, ese hombre cruel me cortará la cabeza, no permitaís que eso suceda. El rey se asombró ante tal descubrimiento, no os preocupeís, dijo, mañana el ministro no tendrá ni un momento de descanso. Haré que trabaje como nunca y no quitaré mi real mirada de su cuerpo.
A la mañana siguiente, salió el rey muy temprano de sus aposentos, bajó las escaleras y se dirigió hacia el dormitorio de su primer ministro. Le dijo que ese día no descansaría para nada. Primero, realizaría una auditoría de los impuestos, después, un inventario de algunos libros que le llegaron del reino vecino. El ministro obedeció al pie de la letra, claro, no podía contradecirle, después de todo era el rey.
Mañana y tarde se fueron así como llegaron. La noche inundó el palacio de oscuridad. El rey estaba siempre atento a toda actitud de su primer ministro y su ministro ya cansado dejó caer el cuerpo en una mesa por tanto agotamiento. Ya iban a dar las doce de la noche y el monarca suspiró, se dijo para sí, Cumpli, mi primer ministro ahora descansa, no pudo asesinar a aquel ser tan hermoso. De pronto, escuchó un estruendoso ruido que venía de su jardín. Salió a paso vivo y vio una cosa blanca, inherte, algo así como un caballo. Se acercó más y sus ojos vieron lo que estaba para verse. en efecto, era la cabeza de Pegaso.
con rencor y estupefacción, entró el rey a la biblioteca, allí reposaba el primer ministro exhausto ante tan fatigoso día, Explícamé qué es esto, gruñ´´o el rey. El primer ministro de desperezó, se frotó los ojos con ambas manos y se quedó atónito, no sé de lo que habla vuestra majestad, dijo, no comprendo, volvió arguir. Sin embargo ahora que recuerdo, soñaba yo que era un gran caballero, con una armadura de hierro refulgente y una espada también brillante. Después veía a un caballo blanco que deseaba atacarme. Por supuesto no lo dejé y le corté la cabeza.
fin. |