La someto y acaricia suavemente mi muñeca como si la conciencia de su potencial mortal agregara al placer dolorido del momento. Es una apuesta segura, me conozco capaz de ejecutar la tarea sin riesgo de falla.

Ejerzo con ella creciente presión sobre mi piel hasta que encuentro el equilibrio sobre la delgada depresión que se forma entre el umbral del dolor y el cisma definitivo, estoy listo para la travesía.

Imagino la pérdida sin advertencia ni preámbulo, la conmoción, el sufrimiento ajeno pero cercano, los días sombríos, el sentimiento de carencia y vacuidad, desconsuelo asintótico pero acechante. El recuerdo de mis virtudes y el olvido de mis vicios.

La realidad me recobra. La huida ficticia a rendido su dosis de alivio. La libero y una vez más le permito descansar en el lugar usual. Por hoy he tenido suficiente.